Celedonio Flores *El lunfardo hecho arte, el arrabal invadiendo el centro”
celedonio

Un día como hoy pero de 1896 nacía Celedonio Esteban Flores, poeta y letrista de tango muy popular a principios del siglo XX que hizo del lunfardo un emblema y elevó la calle y el suburbio a niveles de cátedra cotidiana. Bohemio, bailarín, “burrero” fiel, boxeador amateur, observador y estudioso de las costumbres ciudadanas que traducía con maestría en sus letras de tango.
Hijo de Fermina Rueda, ama de casa y de Manuel Ceferino Flores, tipógrafo. Nació en el barrio de Congreso. A los pocos años se mudó con su familia al conventillo de Talcahuano 48, casi Rivadavia. Cursó estudios primarios incompletos en la escuela “General Roca”. Enfrente se encontraba la Plaza Lavalle donde recibió sus primeras lecciones de boxeo de la mano del “maestro” Willie Gould.
Luego estudió violín en el Conservatorio Williams y dibujo en la Academia de Bellas Artes pero lo suyo era la lectura: Rubén Darío, Almafuerte, Belisario Roldán, Leopoldo Lugones, Evaristo Carriego, la uruguaya Delmira Agustini.
En su adolescencia la familia se mudó a Villa Crespo. Mixtura de criollos e inmigrantes de diversos lugares del globo. Allí frecuentaba “La chinche celeste”, un local donde bailaba con cortes y quebradas por cinco centavos la pieza musical. Siguió despuntando el vicio del box en el Club Social América. Su poderosa zurda lo guiaba. Era peso pluma pero con problemas para dar el peso de la categoría. Giras por Caseros, San Martín, Morón, San Fernando hasta que una lesión ósea lo dejó fuera de carrera.
Ingresó a trabajar en el Ferrocarril Central Argentino. En sus momentos libres leía y comenzó a escribir. Su primer cuaderno de versos data de 1915, “Flores y Yuyos”. En esa época el diario “Última Hora” tenía una sección cultural llamada “El gorro de dormir”. Convocaba semanalmente a un concurso de poesía cuyo premio eran cinco pesos. El “Negro” Cele envió su pieza “Por la pinta y nada más” y desfiló. No solo ganó el primer premio sino que llamó la atención de Carlos Gardel y José Razzano que lo contactaron para solicitarle permiso y musicalizar el poema. Así nació un tangazo indeleble: “Margot”.    
En 1919 se mudó al barrio de Villa Urquiza, Donado 2549. 
En 1920 compuso otro éxito, quizás el punto más alto del tango canción: “Mano a mano”. Poema construido con quintetas que desgranaba el repaso que hace un hombre duro de su relación con una mujer honesta y consecuente que elige otro nido. Sin reproches, exuda dolor y resignación. La música con modo milonguero envuelve la tristeza del gran amor perdido, el rezongo solitario y un ofrecimiento noble si el final de esa aventura no fuera el pensado. El tango se terminó de grabar en 1923 y el “Zorzal criollo” lo elevó a la categoría de clásico. 
A mediados del ’20 firmó un contrato de exclusividad para producir textos para la cantante Rosita Quiroga. El tango “La musa mistonga”, con letra de Celedonio Flores y música de Antonio Polito, inauguró las grabaciones fono eléctricas en nuestro país. A ese éxito siguieron “Muchacho”, “Beba”, “Viejo coche” y “De estirpe porteña”, entre otros.
Tras ese rico período, sus letras son interpretadas por diversos cantantes y ocupa un espacio reconocido en la música popular. Su sociedad con Gardel y Razzano incorporó más tangos emblemáticos. “La mariposa”, “Sentencia” y “Malevito”, con música de Pedro Maffia, “Milonga fina”, “El alma que siente” y el mítico “El bulín de la calle Ayacucho”, con música de los hermanos Servidio, “Mala entraña” con Enrique Maciel, “Mentira”, “Si se salva el pibe” y “Corrientes y Esmeralda (que Gardel nunca cantó porque se lo nombraba en la última estrofa) con Francisco Pracánico, “Viejo smoking” con Guillermo Barbieri y “Comadre” con Juan de Dios Filiberto. 
La crisis del ’30 no pasó desapercibida para la pluma del “Negro” Cele. Compuso la letra de “Pan” y “Gorriones” que acompañó con música de Eduardo Pereyra y los transformó en tangos de la época. La sátira tampoco estuvo exenta en su radio literario: “Atenti pebeta”, “Canchero”, “Chatita color celeste”, “Bigotito”, “Caran can fun”, “Pa’ lo que te va a durar”, entre otros.
O descriptivos de una ciudad que mutaba y tensionaba con el mundo rural y de los avatares de sus personajes. “Durazno a cuarenta el ciento”, “Noche de San Juan”, “Farol de los gauchos”, “Yo soy Pantaleón Lucero”, “La puñalada”, “Cuando me entres a fallar”, “Nunca es tarde”.
En esa época formó parte del Círculo Argentino de Autores y Compositores de Música, una de las sociedades que defendía los derechos colectivos y se atribuía el derecho de representación y cobro junto a Francisco Canaro, Cátulo Castillo, Charlo, Enrique Santos Discépolo, Pedro Laurenz, José Razzano, Gerardo Matos Rodríguez y Rodolfo Sciammarella, entre otros. 
Contrajo matrimonio con Luisa Vince y eligió una vida más tranquila. Nueva mudanza a Félix Lora y Salaberry, cerca de la estación de Claypole, sur del gran Buenos Aires. Vida más tranqui entre los visitantes de Don Orione, los quinteros y visitas de amigos. Sin embargo, su trabajo radial junto a Héctor Gagliardi y el cantor Carlos Acuña, las giras por las provincias y su focio de presentador y recitador en las veladas tangueras lo devolvió a la ciudad de Buenos Aires.
Última mudanza a su querido barrio de Villa Crespo donde se mezcla con Palermo. 
El golpe de 1943 lo agarró desacomodado. El gobierno militar, a instancias del vicario castrense monseñor Franchesqui, inició una campaña para suprimir el lunfardo y prohibió la difusión de los tangos que se nutrían del argot ciudadano. La Subsecretaría de Informaciones, Prensa y Propaganda del Estado aplicó el “Manual de Instrucciones para Estaciones de Radiodifusión” que fiscalizaba los contenidos de los temas y la poesía ciudadana fue tocada.  
El negro Cele lo sufrió personalmente. La editorial Pirovano le pidió que modificara la letra del tango “Margot”. El producto que emergió, él mismo lo definió como una letra “con gomina”. “El ciruja” se transformó en “El hurgador de basurales” y “El bulín de la calle Ayacucho” en “Mi cuartito”. Decepción, amargura y decisión por revertir la situación junto a Discépolo y otros escribas. Finalmente, la lucha tuvo éxito. Esa política ridícula comenzaría a dejarse sin efecto en 1949 pero el negro Cele ya había partido.
Un día de invierno de 1947 su mirada precisa y su escritura prodigiosa se apagaron en su barrio de culturas mixturadas y personajes inefables.
Trabajador de metáforas, conocedor del lenguaje de la calle, poeta talentoso, habitante de la nocturnidad, trajinador del barro suburbano, obrero del verso directo y trabajado.
Muchas Gracias Celedonio Flores! Por jerarquizar al arrabal. Por esa mezcla sabia de empedrado y barrial, luces fulgurantes y mortecinas, sentimientos extremos, olor a cancha e hipódromo, letras cuidadosamente atesoradas en la picardía instantánea del caminante experto. 

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