LAS BARBAS EN REMOJO
militancia

Miremos en el espejo de Brasil un 2023 argentino… y pongamos las barbas en remojo. Es una cuestión repetida afirmar que existe una confrontación de poderes mundiales en el marco de una globalización neoliberal resquebrajada y una multipolaridad naciente, y ese desorden mundial se manifiesta también dentro de cada país mediante el enfrentamiento de un proyecto nacional y popular y uno hegemónico donde, para muchos, ambos tienen límites fluidos que colaboran con la confusión.

Esa lucha se refleja en América Latina por medio de la inestabilidad que se les plantea a los gobiernos nacionales, populares y democráticos. Uno o dos veces por año se presentan pedidos de destitución del presidente Pedro Castillo en Perú; en Colombia, Gustavo Petro tiene movilizaciones de protestas, otro tanto ocurre en Chile, gobernada por Gabriel Boric, mientras que en Argentina ocurre, desde el intento de matar a la Vicepresidenta hasta hacer inteligencia interna por parte de la policía de la C.A.B.A. contra los estudiantes secundarios. La evaluación de lo sucedido en Brasil no solo debe contemplar el triunfo de Lula da Silva, sino también el realineamiento de la derecha detrás de Jair Bolsonaro en una dimensión impensada hasta un rato antes de la elección y donde, sin lugar a dudas, hay sectores populares que fueron ganados por la expresión del autoritarismo neoliberal.

¿Cuál es el sustento que permite ese accionar? La respuesta resuena una y otra vez: la construcción de una subjetividad autoritaria y la conducción perversa que se puede realizar mediante un plexo formado por los medios de comunicación tradicionales, el accionar de los trolls en las redes sociales y el poder judicial. En el ámbito del pensamiento filosófico y desde diversas situacionalidades, ya desde fines de los sesenta, se plantea que el campo donde se define la disputa contra el poder hegemónico es la conciencia de cada miembro de un pueblo, pues aquel busca construir un «sentido común» que nunca es la «lógica» sino una construcción social en el cual se naturalicen las actitudes autoritarias, la xenofobia, la exclusión y todo aquello que conduzca a la destrucción de los vínculos religiosos, políticos, culturales y su consecuente memoria histórica que permitan otorgar un sentido de la realidad propio de los pueblos, generando en los sectores medios de la población una furia desatada contra aquellos que se les muestra como responsables del robo del goce o dicho como en mi barrio, de los que le birlaron el privilegio.

Sobre estos supuestos se levanta un sistema político, social y económico de crecimiento concentrado y una creciente desigualdad que tiende a una nueva modalidad de un estado en el que la excepción queda naturalizada, creando todas las condiciones para imposibilitar un diálogo, o sea, encontrar el sentido en lo común. Se rompe el contrato social por el cual se acordaba que el ámbito del disenso era el sistema democrático. Un buen ejemplo de ello fue la actitud de Horacio Rodríguez Larreta y su ministra Soledad Acuña frente a los reclamos estudiantiles, donde la materialidad en cuestión no se contempla, se descarta el diálogo y se caracteriza el reclamo mismo como delito de extorsión.

Ello se corresponde, como hemos dicho, con una realidad internacional, no siendo una particularidad nuestra ni el efecto de la debilidad o errores manifestados por el gobierno, sino una muestra adaptada a nuestra realidad de una disputa que nos excede.

Frente a este panorama hay quienes piensan que el nuestro es un problema de comunicación, y sugieren construir nuestro propio grupo de trolls. Nada más equivocado. Para encontrar una respuesta recordemos lo que decía Juan Domingo Perón: cuando se tuvo a los medios en contra se ganaba y cuando se controlaron los medios se perdió. ¿Por qué?

Porque la construcción de poder de los movimientos nacionales y populares no es producto de una relación virtual, sino que es intersubjetiva, «cara a cara», y ahí cobra valor la militancia que construye una malla social territorial cuyo principal componente es su presencia corporal, o sea, hay que poner el cuerpo… no like. Sobre esa relación se construye lo que los peronistas llamamos «lealtad».

La única forma de contrarrestar esa subjetividad neoliberal, esa naturalización del autoritarismo no es casual su antifeminismo es el establecimiento de lazos de confianza que vayan construyendo la malla que permite crecer y enriquecer la organización del pueblo. A su vez, ello no es «asambleísmo» sino que supone una conducción que claramente en nuestro caso está expresada en Cristina Fernández de Kirchner. Seamos claros, conduce porque hay un reconocimiento sobre su capacidad para hacerlo, es porque el pueblo quiere que ella puede.

Respecto de la situación económica poco podemos hacer, la resolución de los problemas que allí se manifiestan está en manos de nuestro gobierno, y como se suele decir, en el campo se verán los «pingos». Pero otra cosa es lo que sí depende de nosotros: crear el marco en el cual podrá inscribirse una acertada política económica. Volviendo sobre el inicio, las barbas en remojo no son otra cosa que prender los motores de la militancia, incentivar la imaginación que pueda darle a cada uno la experiencia organizativa apropiada, recordando que las principales consecuencias del actuar político es señalar el sentido de lo que ocurre y convocar a la acción. Quizás haga falta expresar con el poeta Jorge Manrique: avive el seso y despierte… mostrando la perversidad de lo que propone una oposición que se escuda tras las pantallas del poder hegemónico.

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