El líder de izquierda Andrés Manuel López Obrador (AMLO), asumió la presidencia de México. Casi como si de un juego de palabras se tratara, será un "obrador" y constructor de mantener la esperanza de gobiernos nacionales y populares dentro de la imparable oleada derechosa, que hoy, por hoy azota a Latinoamérica.
Asumió con el enorme desafío de impulsar un cambio radical en el país que acabe con la corrupción, la impunidad y la inseguridad. Con un México, con un 43% de la población en situación de pobreza, y en dónde aseveró que su gestión se caracterizará por una lucha contra "la inmunda corrupción pública y privada".
Con un compromiso inclaudicable: "No tengo derecho a fallar” y la promesa de "Prometo no robar", resonó a todos, y contra todos, de ir hasta el fondo, al hueso, y con objetivos claros de qué rumbo tomarán sus políticas: "La política económica neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública".
Las primeras medidas que se avecinan, al parecer van direccionadas para y por en favor del pueblo:
Desde bajar el precio de los combustibles, construir una nueva refinería de petróleo, otorgar diez millones de becas a estudiantes y crear cien universidades públicas. También, contratar 2,3 millones de jóvenes como aprendices remunerados en empresas, aumentar la pensión de adultos mayores al doble y con carácter universal, dar un millón de pensiones por discapacidad y ayudas sociales a las clases más necesitadas y sin intermediarios. También prometió aumentar el salario mínimo y dijo que no volverá a fijarse por debajo de la inflación.
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