Día Nacional del Teatro
Liceo

Día Nacional del Teatro

Tengo el privilegio de trabajar en el ámbito teatral. Soy administrador de la sala más hermosa y antigua de la República Argentina: el Teatro Liceo. Llevo casi 20 años desempeñándome en este lugar y he tenido la fortuna de conocer y trabajar con uno de los grandes actores de nuestro país, Enrique Pinti. Su talento era inigualable; además, era una persona excepcional, afectuosa, honesta y muy querida tanto en el ambiente artístico (algo poco habitual en el rubro) como por los espectadores.

Para mí, Enrique Pinti es sinónimo del Teatro Liceo. Su éxito con la obra Salsa Criolla, que estuvo en cartelera durante 10 años consecutivos, de enero a octubre, es prueba de ello. Más de 3 millones de personas disfrutaron de este espectáculo, en el que Pinti se consagró para siempre gracias a sus veloces monólogos. Con ellos relataba la historia de nuestro país con una ironía única.

Esta introducción es un homenaje personal a él y, al mismo tiempo, un reconocimiento a toda la comunidad teatral en una efeméride tan importante como el Día Nacional del Teatro. Es un día para reflexionar, especialmente en estos tiempos, en los que el Gobierno Nacional muestra desprecio hacia nuestra industria cultural, nuestra identidad y, por ende, una parte fundamental de nuestra historia.

Hablando de historia, creo firmemente que conocerla nos otorga fundamentos y herramientas para ser independientes, pensar críticamente, reflexionar y sacar nuestras propias conclusiones sobre la vida de una actividad como el teatro o sobre la historia de nuestro país.

Un día como hoy, pero de 1783, se inauguraba en la ciudad de Buenos Aires el Teatro de la Ranchería, motivo por el cual se celebra el Día Nacional del Teatro. Curiosamente, en esta misma fecha, pero de 1792, se incendiaron sus instalaciones. También un día como hoy, pero de 1930, se fundaba el Teatro del Pueblo, motivo por el cual se conmemora el Día Nacional del Teatro Independiente.

El teatro está indisolublemente ligado a nuestra historia como pueblo y como sociedad. En él nos vemos reflejados, parodiados, interpelados y cuestionados. Nos acompaña durante nuestra educación en pequeñas dosis, y luego su preferencia se diversifica: clásico, sainete, comedia, drama, tragedia, revista, stand up. Es un amigo que siempre está.

En 1783, el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo pensó que una ciudad como Buenos Aires necesitaba un lugar donde la cultura y la diversión tuvieran espacio. Así nació el primer teatro, conocido como Casa de Comedias, en la esquina de las actuales calles Alsina y Perú. Este acto de gobierno junto a la introducción de la imprenta produjo enfrentamientos con la jerarquía eclesiástica, que consideraba al teatro una actividad pecaminosa. Sin embargo, la mayoría de los 40.000 habitantes de la ciudad lo legitimaron con su presencia en cada función.

La construcción estuvo a cargo de Francisco Velarde, empresario y actor español. Se realizó en un antiguo depósito donde los jesuitas alojaban a los esclavos provenientes de África. El teatro fue construido con maderas del Paraguay, paredes de ladrillo y techo de paja. Contaba con puertas laterales y una entrada que se abrían hacia afuera. Se iluminaba con velas de cebo distribuidas en todo el local y dos arañas colgantes con candilejas que solo iluminaban el escenario. Además, existía una tabla de “3/4” delante de la escena para ocultar los pies de los actores. Tenía palcos, gradas y una cazuela exclusiva para mujeres, a fin de evitar el contacto entre personas de diferentes sexos.

Al principio, la entrada era gratuita, pero tiempo después, el virrey durante su segundo mandato ordenó que fueran pagas para financiar la Casa de Niños Expósitos. Paralelamente, solicitó al Cabildo que las obras teatrales se ofrecieran al público. En este recinto se representó la primera obra de autores criollos: Siripo, del dramaturgo Manuel José de Lavardén, una pieza de cinco actos estrenada en los carnavales de 1789. En 1792, el Teatro de la Ranchería se incendió y fue demolido por orden del Cabildo. Así lo relata Juan Manuel Beruti en su diario:

“En este mismo año de 1792, el día 15 de agosto, se quemó la Casa de Comedias de esta ciudad, por un cuete volador que vino de distancia de dos cuadras, y cayó sobre la casa, que era de paja, y se quemó…”

Fin de este primer capítulo que posibilitó los siguientes. En 1804 se inauguró el Coliseo Provisional de Comedias, frente al convento de La Merced. Pero también comenzó la lucha contra la censura, representada por la sociedad del Buen Gusto, que hizo su aparición en 1817. Más tarde se inauguraron espacios como el Dorado que se inauguró en 1866 (actualmente el teatro Liceo), el Teatro Victoria, el Circo Arena, el Teatro Colón, el Cervantes, y muchos otros que enriquecieron la oferta cultural de la época.

El teatro argentino siempre tuvo una impronta nacional. Desde el Teatro Municipal Solari en Goya hasta el Teatro Argentino en La Plata, pasando por salas emblemáticas como el 3 de Febrero en Paraná, el Juan de Vera en Corrientes o el Municipal de Bahía Blanca, cada espacio refleja una historia particular de nuestro país.

En 1930 comenzó otra etapa, más comprometida. El teatro independiente surgió como respuesta al fascismo de la dictadura que derrocó a Hipólito Yrigoyen. Con Leónidas Barletta a la cabeza, se fundó el Teatro del Pueblo, donde Roberto Arlt estrenó 300 millones. Allí convivieron autores como Raúl González Tuñón y Nicolás Olivari, junto con clásicos como Cervantes y Shakespeare.

En los años '50 surgieron experiencias como el Teatro Popular Fray Mocho y el Nuevo Teatro. Durante los '70, el realismo social adoptó elementos del teatro del absurdo, y en los '80, la dictadura inspiró la resistencia artística de Teatro Abierto, que dejó una marca indeleble.

Ya en democracia, surgieron propuestas más experimentales, ligadas al cuerpo y al ambiente festivo. Espacios como el Parakultural y el Periférico de Objetos dieron paso a una red teatral de más de 200 teatros independientes, que hoy son fuente inagotable de creación.

El teatro callejero merece una mención especial por acercar el arte al espacio público, rompiendo barreras y popularizando la colaboración “a la gorra”. Grupos como La Runfla, Catalinas Sur y otros recorren plazas y parques con obras inmersas en nuestra memoria colectiva.

Muchas gracias a toda la comunidad teatral por hacernos sentir que los sueños, los recuerdos y la historia nos pertenecen.

 

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