El dilema kirchnerista
dante

Editorial del programa de radio "No estoy solo" publicado en el blog del autor: www.elinfiernodedanteblog.blogspot.com 

Mientras buscábamos la letra chica del entendimiento con el FMI, Máximo Kirchner renuncia a la presidencia del bloque del FDT en diputados. ¿Pasión kirchnerista por volver a ser una minoría intensa modelo 2016? ¿Resurgimiento de un ADN K que denuncia poderes fácticos y asume que el poder está en cualquier lado menos en la administración del Estado? ¿Consecuencia natural de hacerse cargo de una verdad incómoda por sobre una mentira que garantice gobernabilidad? Quizás todo eso a la vez. Quizás no. Imposible saberlo. Tampoco sabemos qué opina la madre de Máximo y no lo sabemos porque Máximo y su madre, actual vicepresidenta, expresidenta durante dos mandatos y máximo referente del espacio que gobierna, prácticamente no hablan en público; apenas deslizan a cuenta gotas algunas epístolas a ser interpretadas. La decisión de comunicar de ese modo puede ser saludable frente a la vergonzosa camada de políticos que han construido su popularidad sobre la pereza de productores radiales y televisivos que repiten las figuritas una y otra vez. Pero hay grises entre ser un payaso mediático y este laconismo. Se dirá que el caso de CFK es distinto al de los referentes de la Cámpora, en líneas generales, reacios a las participaciones en los medios tradicionales, y efectivamente es así ya que cuando CFK fue presidenta su presencia era otra. No daba reportajes, prácticamente, pero sus intervenciones eran constantes. En la actualidad, en cambio, el respeto institucional a la figura del presidente, la ha llevado a cumplir un rol de episódica comentarista epistolar, como si el cargo de vicepresidente fuera el de un ciudadano más y no tuviera algún tipo de injerencia en un gobierno que existe por la genial decisión electoral que ella misma tomó. Lo de “genial”, por supuesto, no es irónico. Como hemos dicho varias veces aquí, esa decisión determinó la elección y eso es lo que importa. Si en todo caso el gobierno surgido de allí no cumple con las expectativas es otra discusión. Con todo, es difícil de entender lo que viene sucediendo: ¿la vicepresidenta acusando en carta pública al presidente por no llamarla? ¿El presidente del bloque de diputados del oficialismo esperando a que se anuncie el entendimiento con el FMI para exponer un cúmulo de verdades en otra carta pública que lo lleva a renunciar a la presidencia del bloque pero no al bloque mismo?

El espacio que gobierna parece haber entendido la lógica de la coalición como una suma de identidades irreductibles; un conjunto de dirigentes que responden a este o al otro y que recibirán un cargo en función de esa pertenencia. Por supuesto que algo de eso tiene toda coalición pero lo que ha ocurrido en este caso es la parálisis de la gestión, algo que quedó en evidencia con el cambio de nombres pos PASO y de la cual solo se salvan algunos ministerios.

La situación es compleja para el kirchnerismo porque hay dos opciones: o negoció mal al interior de la coalición y, a pesar de aportar el 70% de los votos en 2019, renunció a condicionar al presidente que fue su crítico feroz durante 10 años; o es cómplice de esta versión pasteurizada cuyo único plan parece ser llegar a 2023 con una inercia de crecimiento que, sumado al espanto que puede producir la oposición, le permita ganar.

Si esta lectura es correcta, Máximo (y quizás el kirchnerismo) estaría reflexionando acerca de si es mejor quedar como tonto que como cómplice. De aquí se seguiría la ruptura de la coalición aduciendo que el gobierno tomó un camino equivocado sobre el cual el kirchnerismo no ha tenido ninguna injerencia. Claro que si esto sucediera y se reeditara “Unidad ciudadana” la situación no sería la misma por varias razones. En primer lugar, esa decisión haría caer automáticamente al gobierno de Alberto Fernández; en segundo lugar, la caída del gobierno de Alberto Fernández, fruto también de una mala gestión, le pasará factura al propio kirchnerismo, tal como se vio en las PASO de la Provincia de Buenos Aires cuando con el aparato de Nación y Provincia más todo el peronismo unido se obtuvieron menos votos que los que había alcanzado CFK en 2017 con casi todo en contra.

Sin embargo, al menos por ahora, la idea parece ser no romper la coalición. Ello es condición necesaria para ser competitivos en 2023 aunque no es suficiente, como ya hemos visto. La contrapartida de ello es que el kirchnerismo pagará el costo político de un gobierno que se parece bastante poco al que lideró el país entre 2003 y 2015 e inauguraría, para los libros de historia, una suerte de período de “resignación kirchnerista (2019-2022)”. Este camino habría comenzado en 2019 con la resignación que supone asumir que es imposible ganar la elección yendo en solitario y que es necesario ubicar como presidente a quien hizo mucho para que te fuera mal; la segunda resignación, la del 2022, sería la del acuerdo con el FMI: sin un contexto geopolítico favorable, sin épica, sin decisión política, sin una planificación que sustente una recuperación sostenida como sí existía en 2003, este kirchnerismo es el que dice “hay que arreglar lo mejor que se pueda y patear para adelante”. El kirchnerismo de la resignación 2022 sería también, en este sentido, un kirchnerismo de la dilación, todo lo contrario a su versión anterior en la que, en materia de deuda al menos, si cometió un error fue justamente el de apurarse a pagar lo más posible dejando un país desendeudado al gobierno de los endeudadores seriales.

Para concluir, entonces, el kirchnerismo parece atravesar hoy un dilema cuyo costo político es de una magnitud incalculable: o rompe la coalición harto de un gobierno que carece de espíritu transformador y de esa manera genera una crisis institucional gravísima; o se resigna, se expone a la acusación de complicidad y dilapida capital político manteniéndose como parte de una coalición donde aparentemente no tiene el poder para tomar decisiones.

El final está abierto.

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