Texto: Anita Zen – Dibujos: Caito Onnainty
Ronda en el comedor. Las Surikatas dialogan siempre sobre sus hijos. No tienen otros temas. No es que no me guste hablar de mi hijo, pero hay otras inquietudes en la vida además de los hijos, por ejemplo las historias que les contamos a esos hijos. Las historias que arrancan ambiguas, con blancos, con paréntesis, con vacíos, con silencios, con borramientos y olvido.
Es que ellas no cuentan la verdadera historia de vencedores y vencidos, de héroes y heroínas no reconocidos, con una gesta y una épica que intentó silenciarse, porque la ignoran ¿o acaso no conviene más que no sepamos que es posible levantar la cabeza, a ser conscientes y elegir ser esclavos?
Me pongo reflexiva en la semana de Mayo. Muchas lecturas me atraviesan el cuerpo y la bronca crece como un monstruo adentro, un monstruo que estuvo encerrado bajo miles de llaves, porque le enseñaron a ser modosito y discreto cuando era chica. Ese monstruo fue nuestra educación o parte de ella o la carencia evidente de una matriz ideológica que nos condicionó la vida, más bien nos cagó la vida a todos.
Y mientras pienso en todo esto escucho la típica frase “fulanito actúa de Saavedra” y comienzan a hablar de una Primera Junta de cartón pintado, esa que le contaron en las revistas pedorras que nos compraban para armar las maquetas y de paso nos deformaban el pensamiento. Esa Primera Junta que repiten como loros y que luego olvidan qué pasó con todos sus miembros, los más revolucionarios y comprometidos.
-Juan Lautaro va a actuar de Moreno, acoté. Nunca acoto nada, pero esta vez tenía que bajar línea.
-¡Qué bien! Me dice una creyendo que iba comentarles algo dulce, pero la dulzura la dejo para los que me importan, a estas les tiro caca en la cara si puedo. No dudaría si me alcanzaran una hondera con soretes, de tirárselos mientras les hablo.
-Sí, re bien, sobre todo porque le estoy explicando como de ser un país con ideas revolucionarias y emancipatorias, terminamos siendo un país de mierda que votamos a los mismos por los que murieron nuestros héroes y que un forro elegido por la mitad más uno de pelotudos, le pidió disculpas al rey de España, país cuyas matanzas a nuestros indígenas generó el genocidio más grande de la historia conjuntamente con sus socios Inglaterra y Francia, piratas asesinos del ayer y del hoy.
-¡Vos siempre mezclando todo!
La típica reacción de los que no reconocen equívocos y ven en mí a una loca que repite siempre lo mismo: ¡votaste al opresor, votaste al opresor!
-No, ustedes siempre separando porque no saben nada. Una lástima que eso es lo que le enseñan a sus hijos: NADA. Les trasmiten por endovenosa su propia ignorancia que terminarán heredando, salvo que se despabilen y salgan a buscar la verdad por otro lado. La verdad que algún día tendrá que entrarles por la cabeza o por el culo.
La verdad que voy a contar hoy sobre una mujer que fue contemporánea de Moreno y de la Primera Junta, de Belgrano, Güemes y de tantos otros, y a quien no le hicieron falta el sable y el traje de combate, porque usó las artes del recontra espionaje superando a la agente 99 de la que seguro saben mucho, pero poco de esta Juana Moro, otra Juana, una más que se suma a la tropilla de las Juanas revolucionarias, como Juana Azurduy, la amazona.
Esta jujeña, nacida un 26 de marzo (algunos dicen de mayo) de 1785, hija de españoles, a los 15 años se enamoró perdidamente del movimiento revolucionario de mayo pero recién en 1813 tuvo su rol protagónico, pues junto a Doña Loreto Sánchez de Peón, fundó una red de espionaje femenina conocida como Las Mujeres de la Independencia. Ya te conté de Macacha Güemes, que se disfrazaba de gaucho para pasarle novedades del enemigo a los nuestros; ahora te voy a contar de esta Juana, tan valiente y osada como hermosa.
De Juana hay varias anécdotas, porque es poca la información que circula de su imagen, pero lo cierto es que fue una dama que utilizó sus encantos y la oratoria para conquistar españoles y sacarles información sobre cómo iban a realizar sus movimientos en las batallas.
Como anticipé antes, en la Salta de 1813, sitiada por los realistas, se encontraban a ciegas con las noticias. No había forma de saber si el ejército libertador estaba cerca y cómo iban a ser las tácticas para enfrentar al enemigo.
Cuentan que una noche, en una reunión de damas distinguidas, propusieron que se escabullera alguien, sin ser interceptado por el enemigo, para llegar a las filas del general Arenales y comentarle cómo estaba armado su enemigo táctica y estratégicamente.
El debate fue arduo. Comenzaron a barajar varios nombres, pero entendiendo que no podían confiarle esa tarea a cualquiera. Tenía que ser una persona cautelosa, avezada, con coraje y ciertas cualidades que un hombre o un muchacho no tendrían.
-Yo iré, y ustedes cuidarán de mis hijos, dijo Juana Moro, con tanta determinación que nadie pudo contrariarla. Así era ella, con tan solo 29 años, con todo para arriesgar pero con un amor inmenso por su patria que superaba cualquier miedo.
Aquella noche se disfrazó de coyita y llevando sobre sus débiles hombros unas alforjas repletas de coca y cascarilla, con burdas ojotas en los pies y cubierta la cabeza por el clásico sombrero de vicuña de anchas alas, golpeó a altas horas la puerta de la casa que habitaba la esposa del general Juan Antonio Álvarez de Arenales.
Burlando toda la vigilancia de los centinelas españoles, y atravesando en soledad desfiladeros y valles, logró comunicarle a la mujer del general las novedades del ejercito enemigo.
-Mañana –le dijo- tu esposo estará aquí, pues viene a marchas forzadas por el camino oculto de la quebrada, y habrá dado una victoria más a la patria amada.
Al siguiente día el invicto Arenales reñía allí en los suburbios de Salta, encarnizada batalla que, al caer la tarde, terminaba con la más espléndida de las victorias.
Así comenzó Juana ese camino de fortalecimiento de nuestras tropas y debilitamiento del enemigo a través de un espionaje sin igual que no abandonó más hasta conseguir su propósito.
Entre sus proezas de espía se adjudicó el haber seducido al marqués de Yavi, jefe de la caballería española, quien junto con otros oficiales y compañeros accedieron a abandonar las filas realistas el día previo a la batalla, para regresar al Perú y trabajar por la causa de la revolución.
La bombera, término que se usaba hace doscientos años para las espías, se jactaba de no ser atrapada nunca, y enloquecía a todos los españoles, quienes a pesar de sus sospechas no podían tener pruebas fehacientes de que tremenda mujer, vestida de gaucho “joven y candoroso” o bien de “viajera inofensiva”, pasara a caballo desde Salta hasta Jujuy y Orán llevando y trayendo información que era fundamental para el ejército revolucionario.
Hasta que en dos ocasiones fue atrapada. Primero, por el gobernador Martínez de Hoz (¿les suena este apellido?) quien la descubre y toma represalias, llevándosela detenida a Jujuy donde fue obligada a cargar pesadas cadenas, aunque ninguna tortura la hizo delatar a los patriotas.
A pesar de ello, y luego de ser liberada porque no dejaba de ser una dama que confundía a estos caballeros, reforzó todavía más su colaboración con la causa, arriesgándose frente al propio Jefe realista, Joaquín de La Pezuela, que sospechaba de ella y era tal el desconcierto que tenía por estas mujeres, que en una carta al virrey del Perú, le informa:
“Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército”
Finalmente Pezuela la descubre, la atrapa “in fraganti”, y cuando toman Salta (luego de vencer en las Batallas de Vilcapugio y Ayohuma) la condena a la peor de todas las torturas y calvarios: la encierra en una habitación de su propia casa, que estaba ubicada en la actual calle España 782 – cerca de la casa de Güemes y ordena cerrar todas las aberturas para evitar comunicación con el exterior.
Gracias a la consideración de una familia lindera, que a pesar de ser realistas eran sus amigos, logra salvarse ya que hacen un hueco en la pared, y le pasan comida y agua para evitar que muera de inanición. Desde ese momento le quedó el apodo de “emparedada” a pesar de que murió centenaria, muchos años después.
Pasada la guerra de la Independencia, Juana siguió aportando con su lucidez, criterio y compromiso y se supo que integró una lista de mujeres que en 1853 elevó un reclamo a las autoridades “lamentando la postergación a que se relega al sexo femenino al no permitírsele jurar la Constitución nacional”.
Murió un 17 de diciembre del año 1874 en la ciudad de Salta a los 90 años. Fue valiente, osada, hermosa, astuta, audaz y tan o más rápida que cualquier caudillo o soldado de ese momento.
Fue olvidada como muchas otras mujeres y enterrada en lo más oculto de nuestra historia. Sólo hay una escuela con su nombre, cuando tendríamos que tener calles, centros culturales, hospitales, miles de biografías, donde se cuenten sus hazañas para que nuestros hijos sepan qué clase de mujeres, además de los hombres, pusieron en riesgo su vida por una Patria que creían debían emanciparse, ser libre, justa y soberana.
Otra Juana que rescato de la memoria, se las traigo a las Surikatas y sobre todo a mi hijo para que sepa que la primera Junta no fue más que el punto de pivote, la bisagra para que luego se sucedieran muchos años hasta obtener una “independencia” transitoria, porque hoy estamos otra vez a merced de otros realistas, unos piratas infames que son los mismos pero distintos, y que vuelven a oprimirnos no solo económica sino culturalmente.
En aquel tiempo aun nos quedaba cierta épica e ideas para lograr independizarnos del español. Hoy el nivel de cipayismo es tan fuerte, la colonización de cerebros tan drástica, que tendremos que remar en petróleo para que estas historias se conozcan.
Quizás las surikatas miren para otro lado, con esa mirada vacía del ignorante que no quiere conocer nada ni pretende que le digas que vivió equivocado tanto tiempo, sumido en un error de desconocimiento histórico que devino en este desastre. Pero sus hijxs tendrán la oportunidad de conocer la verdad, esta verdad paralela que los que luchamos por un país mejor nos propusimos poner sobre el tapete, una verdad que ya no puede romper la mentira, porque es tan fuerte y poderosa que terminará imponiéndose.
Así que en esta semana de mayo, si tu hijo o hija actúa, recordale a esta Juana, nuestra espía, que se jugó el pellejo, sin importarle nada, para que nuestros soldados y generales tuvieran ventaja para ganar las batallas de la independencia.
Recordale que existieron mujeres y hombres valientes, héroes y heroínas anónimos que todavía anidan en nuestro corazón.
Recordale que es posible que ellos, nuestros hijxs, puedan imitarlos, seguir su ejemplo, tener coraje y volver a poner a la PATRIA en un primer lugar.
Recordale y recordate que ya no podemos seguir así, que es tiempo de nuevas historias que suplan los manuales berretas que todavía se reparten como la “historia oficial” de un 25 de mayo y un 9 de julio que parecen boyar en un vacío, pero que no se hicieron solos, se hicieron de la mano de seres llenos de coraje y valía.
Recordale que vale la pena intentarlo.
¡Feliz semana de mayo para todxs!
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