Texto: Anita Zen - Dibujos: Caito Onnainty
Lunes. Hace frío. Llegué subiendo las escaleras otra vez. Varios ascensores no funcionan y los que sí, tienen a miles esperando para abordarlos. No es para nada extraño, sino parte de la rutina que cada día sobrellevo en el Hospital.
Estamos en la semana de mayo y ya vi a varias Surikatas tener una en sus abrigos, en el colectivo, en la calle, adentro de los autos. No es que me parezca mal, todo lo contrario, es que en el fondo me pregunto cuánto saben de la patria quienes sólo se ponen una escarapela por convención, pero desconocen la historia en profundidad.
Abro la puerta del laboratorio. La oscuridad es absoluta. Soy la primera en entrar y hace más frío acá adentro que afuera. Esto tampoco es extraño. El hospital, por su tipo de construcción, siempre tiene uno o dos grados menos que la calle.
Prendo las luces, empiezo a preparar el café y ya siento la puerta abrirse y cerrarse y al murmullo surikato que se acrecienta en el comedor.
¡Puta madre!, pienso, voy a tener que ir a verles las caripelas desde tan temprano.
Me acerco y veo a tres con la insignia puesta, comentando sobre el acto de sus hijos el día jueves, que fulano va a hacer de Moreno y Sultano y Mengano harán de French y Berutti…
-¿Y el tuyo actúa? Me pregunta la "Dra. Me cago en vos" , mientras yo no dejo de mirarle la escarapela.
-Sí, hace de Manuel Padilla combatiendo en el Alto Perú (mentira)
Risas
-¿Y qué tiene que ver con la Revolución de Mayo?
-¿Cómo qué tiene que ver? Discúlpenme, ¿ustedes para qué usan esa escarapela, si no entienden un choto lo que realmente pasó? ¿No saben quién fue Manuel Padilla? ¿Seguro también desconocen qué papel jugó Juana Azurduy en nuestra Revolución e Independencia? No, no saben porque solo les importa repetir como loros mientras leen la revista Billiken: “el pueblo quiere saber de qué se trata”, cuando en realidad no quieren saber nada.
-Mirá quién habla de usar escarapela, la que no la lleva, me dice una Surikata atragantándose con una tostada del viernes anterior.
-A mí no me hace falta llevar escarapela, la patria la llevo en el corazón y ¿sabes que es mejor que usar un símbolo patrio? actuar patrióticamente cuando vas a votar, ¡boluda! Porque ustedes tres se cagaron en la patria cuando votaron al neoliberalismo y se pasaron por sus ortos gordos manchados de caca todo el sentimiento nacional.
Y me fui con mi café frío una vez más mientras ellas se quedaban inmóviles con sus paraguas (si, todavía creen que llovía y la gente usaba paraguas ese día) preguntándose frente al Cabildo: “el pueblo quiere saber de qué se trata”. ¿En serio quiere saber el pueblo?
Entonces le contaré a ese pueblo la historia de una mujer que aunque no nació un 25 de mayo biológicamente, sí nace como símbolo un día similar de 1809. Les voy a contar sobre Juana Azurduy, alguien que pateó el paradigma social de su época y fue la primera teniente coronela que hubo en un campo de batalla.
Juana Azurduy fue una bella chuquisacense (acabo de inventar este término) que se enamoró perdidamente de las ideas de la revolución que venían de Francia y que tipos como Moreno, Castelli, Monteagudo, entre otros, fueron quienes las distribuyeron en el Virreinato del Rio de la Plata y sobre todo en el Alto Perú.
Juana, que podría haber elegido un destino acomodado por su procedencia mestiza pero acaudalada, decidió casarse con un guerrero como Manuel Padilla, al que le torturaban las mismas ideas que a ella: había que liberar a su pueblo y echar a los realistas y tanto ellos, como todos los intelectuales de la época, tenían claro que las palabras no eran suficientes para lograr la emancipación, había que usar la fuerza, pero ¿hasta dónde una mujer puede usar esa fuerza en una sociedad opresora que la determina socialmente a tener y criar hijos?
Un año antes de que se lograra la Revolución de Mayo aquí, en este pueblo olvidadizo que no tiene la menor idea de su origen, se libraba la Revolución de Chuquisaca que destituyó al presidente de la Real Audiencia de Charcas, Ramón García de León y Pizarro
, levantamiento que culminó a principios de 1810 cuando los revolucionarios fueron vencidos por las tropas realistas que el virrey del Virreinato del Río de la Plata (seee, nuestro Virreinato), Don Cisneros, envió al mando del brigadier Vicente Nieto, condenando a sus cabecillas a prisión y al destierro.
Allí, y a pesar de la derrota, Juana Azurduy comprende que su destino no es ser la mujer que le imponía la sociedad, sino la mujer que debía ser: La Amazonas del Alto Perú como la llamaron los nativos mucho tiempo después.
A pesar de que Manuel Padilla le insiste en que cuide de sus cuatro hijos, ella rumia en silencio ese despertar guerrero que siempre llevó adentro y en el escondite en el que estaba junto a sus críos, le pide a sus criados que le preparasen muñecos de paja y con una espada que su marido había descartado por rota, comienza a practicar incansablemente dando sablazos.
Todas las mañanas mientras se iba a galopar a pelo por los campos pensaba cuán cerca estaba de formar parte de esas filas de combate. Sí, era una mujer ¿y qué? Eso no era un impedimento porque ella había nacido para eso. Sí, tenía hijos, pero no iba a descuidarlos sino que iba a enseñarles que tanto ella como su padre luchaban por un futuro mejor para todos ellos.
En uno de los retornos de Manuel Padilla, mientras escucha los relatos de su marido y como unas mujeres se habían animado a luchar y defender sus tierras, termina de decidirse y no le deja opción a Manuel quien la mira y le dice:
-Es peligroso Juana. Tenemos todo por arriesgar.
-Peor es vivir de rodillas Manuel, déjame combatir. Cuidaré de los niños. Los cuidaremos.
Cuando las tropas al mando de Belgrano llegan al altiplano para combatir, Juana ya se había unido al frente y se dedicaba a recorrer las tierras buscando voluntarios que quisieran sumárseles para luchar por la libertad y la independencia. Dicen los que escribieron sus memorias que su presencia era imponente y que su batallón al que apodó Los leales y al que le inculcó tácticas y estrategias militares, la adoraba como la Virgen del Valle; otros dicen que ella era la reencarnación de la Pachamama para muchos que la miraban con altísima admiración.
Lo cierto es que Juana, en muy poco tiempo se convirtió en una luchadora cuyos superpoderes eran el coraje desmedido y la creencia en la causa de la liberación de los pueblos oprimidos.
En campaña solía llevar un pantalón blanco y una chaquetita azul adornada con franjas doradas como símbolo de la bandera de Belgrano, quien le había obsequiado su sable en una ocasión que pudo atestiguar su arrojo y fortaleza.
“Con mis armas haré que dejen el intento, convirtiéndolos en cenizas, y que sobre la propuesta de dinero y otros intereses, solo deben hacerse a los infames que pelean por su esclavitud, no a los que defienden su dulce libertad como yo lo hago a sangre y fuego”. En esta carta, que hacen a dúo Manuel y Juana, quedará escrito su destino de combatir hasta las últimas consecuencias.
Pero fue en la guerra de las Republiquetas donde Juana tuvo que enfrentar a todos sus demonios juntos. Y acá me detengo a pensar en el estigma que carga el nombre Juana, donde casi todas las mujeres que he admirado con ese nombre han tenido un destino trágico propiciado por su rebeldía, su insurrección y la fuerte convicción de no dejarse atrapar por el sistema patriarcal dominante. Juana de Arco murió abrazada a las llamas; Sor Juana Inés de la Cruz atragantada por sus palabras y nuestra Juana Azurduy muere alcanzada por una vejez en soledad, miseria y falta de reconocimiento por la vida y las vidas que dejó en una causa que hoy parece que le importa a muy pocos.
¿Y por qué en la Semana de Mayo la recuerdo? Porque murió un 25 de mayo de 1862, como si su vida no hubiera sido lo suficientemente épica como para elegir ese día para morir. Esta mujer le demostró a muchas otras el significado de la igualdad de género que persiguió hasta el final. No solo luchó al lado de su amor, sino que por esta causa perdió a sus cuatro hijos que arrastrados en el fragor de la lucha fallecieron de p
aludismo y cuando Manuel muere abatido por uno de los suyos en las filas contrarias, Juana queda absolutamente trastornada.
Con la única hija que le sobrevive y que parió en una batalla a la orilla del río, se alejó de esas tierras y durante mucho tiempo no volvió, errando como vagabunda, una mujer que había sido un emblema de lucha en el Alto Perú.
Un 25 de mayo de 1809 nace Juana Azurduy como la conocemos muchos (no importa cuando nació en realidad, fue antes, pero no importa) y un 25 de mayo de 1862 muere olvidada y enterrada en una fosa común.
Entonces cuando escucho a las Surikatas hablar de patriotismo y observo sus escarapelas de mierda metidas en sus sacos, se me revuelven las tripas porque ninguna de ellas esta así de cerca de ser lo mujer que fue la valiente Juana y les juro que me dan ganas de recuperar su espada favorita, arrancarles a sablazos las escarapelas y verlas volar por el aire junto con sus cabezas.
A Manuel Padilla lo mataron en 1816, el año de nuestra independencia. ¿Qué loco no? Nosotros nos independizamos mucho antes que ellos (hablando de un nosotros y ellos que somos todos), que lo lograron recién 9 años después.
A Manuel Padilla le vaciaron la cabeza, la clavaron en un pinche para que todos pudieran ver lo que era meterse con los realistas. Y por un minuto medito cuántas cabezas tendría que estaquear que conozco, porque como entonces hoy cada vez pienso más que las palabras solas no alcanzan, que a veces sobran ante tanto vacío de empatía y de amor.
Así que si ves a una Surikata con una escarapela, contale esta historia, que sepa que hubo hombres y mujeres de una región que creyeron en una causa que atravesaba las fronteras. Las ideas no tienen ni fronteras ni límites geográficos, que se lo graben en sus cabecitas.
Y si esa Surikata no entiende e insiste en que la escarapela y la banderita son para jugar a ser “patriotas que no entienden un carajo”, clavale el alfiler en el culo, guárdate la escarapela en el bolsillo y dásela a alguien que sí entienda la historia que estas contando. La historia de Juana y Manuel es una historia de amor, de dolor, de lucha y de coraje. Contagia a los que puedas de esa historia porque al fin y al cabo de esos ejemplos nos nutrimos y por esos ejemplos todavía estamos en pie.
Y a vos compañera, sí, a vos mujer que lucha, toma el sable imaginario de Juana, enfundate en su chaqueta, ponete las babuchas blancas y salí conmigo a convencer a los que podamos. Y a los que no, pegales un sablazo sin dudarlo que ahora que hay rejas en la Plaza de Mayo, las usaremos para colgar las cabezas de los traidores y de los apátridas.
Feliz 25 de Mayo de la Revolución del Virreinato del Rio de la Plata y del Alto Perú!!!
Y que quede escrito el deseo de que en la próxima conmemoración de la Revolución hayamos podido recuperar algo de la esencia y la impronta de nuestras luchas pasadas.
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