PERÓN Y SU CONSTANTE RELACION CON LA FILOSOFÍA
Perón - La comunidad organizada.

De la Comunidad Organizada(1949) al Modelo Argentino (1974)

                                                                                      Mario CASALLA

                                                                                            ASOFIL

En no pocas oportunidades el Peronismo se presentó a sí mismo como una “filosofía” y más aún a diferencia de otros partidos políticos argentinos existió casi siempre en su interior un cierto respeto por esa disciplina y por sus grandes cultores. Así, mientras que otras formaciones políticas pusieron más el acento en lo económico, el Peronismo lo puso en lo filosófico y fue desde esa visión general que enfocó lo político, lo económico y lo social. Los mismos conceptos de “doctrina” y de “ideología” que tanto aparecen en sus textos liminares remiten siempre a una visión filosófica que los sustenta. Más aún, en el comienzo y en el fin de su carrera política, Perón se esforzó por ofrecer textos de clara impronta filosófica: la Comunidad Organizada, en 1949; el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, en 1974. Acaso este claro interés filosófico, sea también la explicación más profunda de por qué el justicialismo fue también el impulsor del hecho académico más importante de la filosofía argentina del siglo pasado: la realización del Primer Congreso Nacional de Filosofía, en 1949. Reunión internacional que en cantidad y calidad no fue luego superada por ninguno de los posteriores congresos nacionales de esa disciplina en nuestro país. A él desearíamos referirnos ahora, teniendo siempre en cuenta el particular y legendario vínculo desde el mismo Platón entre Filosofía y Política.

Prolegómenos del Congreso.

Ocurrió setenta y dos años atrás en la Ciudad de Mendoza y se trata del Primer Congreso Nacional de Filosofía. Las deliberaciones tuvieron lugar entre el 30 de marzo y el 9 de abril de 1949 y actuó como entidad anfitriona la Universidad de Cuyo, a la sazón conducida con verdadera jerarquía intelectual y académica por el Dr. Irineo Fernando Cruz. Esa casa de altos estudios pasaba por una de sus etapas más brillantes y el Congreso de Filosofía que allí se convocaba era, de alguna manera, el reconocimiento a la labor filosófica, científica y cultural que venía desarrollándose en la zona cuyana, con epicentro en la Universidad Nacional. La Gobernación de la Provincia de Mendoza que también contribuyó decisivamente para el éxito del encuentro era ejercida por el Tte. Cnl. Blas Brisoli, estando a cargo de la vicegobernación el Sr. Rodolfo Schmidt. Sin embargo, como dijimos, la magnitud y el éxito del encuentro no hubieran sido posibles sin el reconocimiento intelectual y el apoyo económico que brindó el Poder Ejecutivo Nacional, presidido por Juan Domingo Perón. El respectivo decreto de nacionalización del Congreso dictado el 20 de abril de 1948 como respuesta efectiva a la “presentación efectuada por el Comité Ejecutivo encargado de los trabajos preparatorios”, destaca en sus considerandos la importancia que tenía para aquel primer gobierno justicialista la filosofía y el pensamiento nacional. Ya en el primero de ellos se habla de “la trascendental importancia que asumirán sus deliberaciones en el movimiento cultural de la nación”; se advierte, más adelante, “que su temario relativo a la persona, educación y convivencia humanas reviste un interés capital para la doctrina nacional” y se apuntaba “que en las sesiones administrativas del Congreso se constituirá la junta permanente de los Congresos de Filosofía, con carácter de organismo universitario”. Y nada de esto quedaba en simples palabras, sino que ese mismo decreto presidencial en su artículo cuarto encomendaba a la Secretaría de Educación de la Nación que convocase a reunión en la misma ciudad de Mendoza “para determinar lo que corresponda en fuerza del presente decreto y disponer las medidas para arbitrar los recursos necesarios a los efectos de solventar los gastos que origine su convocatoria y reuniones hasta la suma de $ 300.000 moneda nacional”. El político que siempre había apelado a la filosofía y al pensamiento estratégico conmoviendo la chatura de la dirigencia de la época ahora transformado en estadista, le daba a esa misma filosofía el lugar que se merece en los asuntos de Estado. Y no solo apoyaría Perón materialmente a ese primer Congreso Nacional de Filosofía, sino que realizaría un decisivo aporte intelectual pronunciando el 9 de abril de 1949, en la sesión de Clausura realizada en el Teatro Independencia de la ciudad de Mendoza la conferencia que luego conoceríamos bajo el título de “La Comunidad Organizada”. Ésta, que conmovió a sus oyentes nacionales y extranjeros por su jerarquía intelectual, decía literalmente en uno de sus párrafos: “Alejandro, el mas grande general, tuvo por maestro a Aristóteles. Siempre he pensado que mi oficio tenía algo que ver con la filosofía”. ¡Vaya si tenía que ver!. Basta ir a la “República” de Platón y seguir desde allí con mirada atenta los veinticinco siglos de filosofía occidental, para advertir que filosofía y política siempre marcharon de la mano (unas veces a sabiendas y otras ignorándolo); tanto como la profunda relación existente entre filósofos y conductores políticos en los momentos claves de esa misma historia de Occidente. Perón, en lo que a la vinculación con la filosofía hace, supo estar a la altura de lo mejor de dicha historia. En este sentido vital, integra esa pléyade de conductores de la primera mitad del siglo XX en los cuales política y filosofía se realimentaron mutuamente: De Gaulle, Gandhi, Lenin, Mao Tse Tung, Nasser, Haya de la Torre, el mariscal Tito, etc. Cuando con la mirada puesta en ellos, volvemos a los tiempos presentes, no podemos dejar de ponernos colorados. Perón los sobrevivió a casi todos, sin embargo, su desaparición física en 1974 nos privó de una conducción política e intelectual de indudable gravitación en la Argentina contemporánea reconocida casi unánimemente hoy, por propios y adversarios. Es que la práctica política de Perón fue todo lo opuesto al activismo inocuo en el llano, o al gobierno sin proyecto en el poder. Concibió siempre a la política como una ciencia y un arte, y recurrió así a la filosofía y al pensamiento del más alto vuelo intelectual, con la misma naturalidad que lo hicieran los otros tres generales que más admiró en la historia de occidente: Alejandro, Napoleón y Clausewitz. Pero volvamos ahora a aquel primer Congreso Nacional de Filosofía.

Convocatoria y jerarquía del primer congreso

Lo que terminó siendo el “Primer Congreso Nacional de Filosofía” (por el citado decreto del PEN del 20 de abril de 1948), principió como “Primer Congreso Argentino de Filosofía”. Tal era la iniciativa original de la Universidad Nacional de Cuyo cuyo inteligente rector, por decreto del 18 de diciembre de 1947, encomendó “a la facultad de Filosofía, por intermedio de su Instituto de Filosofía y Disciplinas Auxiliares, la convocatoria y organización del Primer Congreso Argentino de Filosofía, con participación de todos los países hispano parlantes”. Era entonces decano de esa facultad el Prof. Toribio M. Lucero y director del Instituto de Filosofía, uno de los más importantes filósofos argentinos en la orientación tomista, el padre Juan R. Sepich. Éste fue el principal promotor del Congreso hasta julio de 1948, en que se crea la Secretaría Técnica, a cargo del Dr. Coriolano Alberini de la Universidad de Buenos Aires y la Secretaría de Actas, a cargo del Dr. Luis Juan Guerrero, de la misma universidad. Con ello la iniciativa y administración del Congreso se trasladaba de Cuyo hacia Buenos Aires, lo cual era el resultado no solo del carácter de nacional que había adquirido por el mencionado auspicio concreto del PEN, sino de la “interna” filosófica de la época en la que Sepich y Alberini significaban intereses filosóficos distintos y en cierta medida contrapuestos. El grupo de Buenos Aires, que orientaba Alberini, era de una la línea más liberal y europeizante en materia filosófica y cultural (a excepción hecha de Carlos Astrada y un grupo de jóvenes filósofos que seguían su magisterio, entre los que se destacaba Andrés Mercado Vera), que el original de la Universidad Nacional de Cuyo, orientado por Sepich (en el cual justo es recordar a Diego Pro, por sus contribuciones historiográficas al estudio del pensamiento argentino). Esta “interna” y otras de la filosofía de los 40, no faltó en las deliberaciones propiamente dichas del Congreso y obligó a sus organizadores a oportunos equilibrios. En buena medida, el discurso de clausura del Gral. Perón buscó contener lo más rico y adecuado a nuestra realidad de las corrientes filosóficas del momento, integrándolas en la etapa superadora de lo político y lo social. La composición final del Comité Ejecutivo incorporó nombres provenientes de las diversas filosofías representadas en el país. Sin dudas puede afirmarse que estaba todo y lo mejor de la filosofía argentina de ese momento, que no hubo exclusiones ni preferencias políticas ni ideológicas y que todos pudieron desenvolverse en él dentro de la mayor libertad de pensamiento y acción. El país vivía una democracia participativa y plena de justicia social (que ese año quedaría plasmada en su nueva Constitución) y eso se reflejaba también en los eventos culturales. Coriolano Alberini, que no era un intelectual del justicialismo, fue el vicepresidente del comité de honor del Congreso y, en carácter del tal y de representante de todos los filósofos argentinos presentes, dijo en su discurso inaugural: “En la actualidad, la filosofía es apoyada espléndidamente por el Estado Argentino. El primer Congreso Nacional de Filosofía es, por cierto, todo un acontecimiento en la historia de nuestra cultura. Fuera de duda que dará singular prestigio a la Argentina espiritual”. Ese acto inaugural se realizó en la tarde del 30 de marzo de 1949, en el Teatro Independencia de Mendoza, y el discurso de Coriolano Alberini, por problemas de salud, fue leído por uno de los hombres que luego se destacaría como importante pensador del campo nacional: Rodolfo M. Agoglia. En ese mismo acto inaugural y en representación de los miembros europeos, hablaron nada menos que el francés Gaston Berger (de la Université d’AixMarseile) y el alemán Hans Georg Gadamer (de la Johann Wolfgang Goethe Universität de Frankfurt). Por los europeos habló también el español Ángel González Álvarez (de la Universidad de Murcia). En representación de los miembros hispanoamericanos lo hizo Francisco Miró Quesada (de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, Perú). Se leyeron además mensajes del Ministerio de Educación de España, de la Universidad del Brasil, de la Universidad Autónoma de México, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, del “Instituto di Studi Filosofici” de la Universidad de Roma, del “Centro di Studi dei filosofi ciristiani” de Gallarate, de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y de la University of Texas. El apoyo internacional al Congreso fue, como se advierte fácilmente, de primerísimo nivel y, como corolario de todos estos mensajes, se dio lectura a la “Adhesión” de Martin Heidegger, en la que el ilustre pensador alemán, después de calificar a nuestro país de “abierto y magnánimo”, se excusa de no poder estar presente. Quien conozca el valor del lenguaje en la filosofía de Heidegger y el cuidado extremo en su discurso técnico, no podrá pasar por alto la atribución del adjetivo “abierto” en referencia a nuestro país. Heidegger no era hombre de escribir palabras de circunstancia y sabemos que dentro de su ontología “lo abierto” es una de las formas de designar la verdad, inscribiéndola en la línea de la “alétheia” (desocultamiento) griega. ¿Nos atreveremos alguna vez los filósofos argentinos a pensar la Verdad, o ésta seguirá siempre pensada desde otros lugares y desde afuera?. Perón lo hizo cuando actualizando “La Comunidad Organizada” de 1949 formuló su “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional en 1974”. En uno de sus párrafos preliminares podemos leer: “Argentina como cultura tiene una sola manera de identificarse: Argentina. Y para la fase continentalista en la que vivimos y universalista hacia la cual vamos, abierta nuestra cultura a todas las culturas del mundo, tenemos que recordar siempre que Argentina es el hogar”. Lo es en el mismo sentido que tiene “lo abierto” en Heidegger; de donde Perón que seguramente no leyó “Ser y Tiempo” estaba curiosamente  desde lo suyo mucho más cerca del dialogo con un pensador que muchos eruditos de la filosofía académica. Es que el pensar y la filosofía académica no siempre coinciden y, más aún, a veces se impiden mutuamente. De allí que pueda sostenerse con propiedad que Perón por la magnitud de su pensamiento y de su acción, haya sido filósofo sin proponérselo y sin cursar una carrera de Filosofía. También lo fueron Alejandro, Napoleón y Clausewitz, que le sirvieron de modelo en el campo de su profesión específica: lo militar. Fue filósofo en el sentido del Sócrates que citó en aquella tarde del 49, ante un público calificado y exigente: el Sócrates que conversando con los jóvenes recorría las calles de su ciudad (polis) hablando de las cosas que otros callaban o desconocían. Fue un político y este título, de no haberse degradado con el uso, diría lo mismo que “filósofo”.

Aurigas
Aurigas

 

La Comunidad Organizada

 

A lo largo de nueve días consecutivos sesionó el Primer Congreso Nacional de Filosofía. Los resultados concretos de estas deliberaciones están fielmente registrados en los tres tomos que constituyen sus Actas, editadas en Buenos Aires, al año siguiente con el sello de la Universidad Nacional de Cuyo. El cuidado de las mismas estuvo a cargo de Luis Juan Guerrero, quien contó con la colaboración de una Comisión Asesora, entre cuyos miembros se destacaban hombres de la talla de Luis Felipe García de Onrubia, Miguel Ángel Virasoro, Carlos Astrada, Eugenio Pucciarelli, Ángel Vasallo, Octavio N. Derisi, César Pico, Jorge Hernán Zucchi, Carlos Cossio, Nimio de Anquín y Juan Carlos Zuretti. Todos ellos, además, participantes activos del Congreso celebrado en Mendoza. Que éste fue polémico y animado, no cabe ningún lugar a dudas. En la “Advertencia” preliminar de las Actas se lo sugiere con elegancia al señalar que las ponencias “fueron sometidas a la discusión de los miembros presentes y motivaron, con frecuencia, sugestivos y aún recios intercambios de ideas”. Cincuenta y tres filósofos extranjeros estuvieron presentes en el Congreso de Mendoza, aunque las comunicaciones enviadas y publicadas en las Actas elevan el número a setenta y seis. Entre los nombres más destacados pueden mencionarse a Nicola Abbagnano, Otto F. Bollnow, Walter Broker, Cornelio Fabro, Eugen Fink, Hans-Georg Gadamer, Víctor García Hoz, Ernesto Grassi, Helmut Kuhn, Ludwig Landgrebe, Karl Löwith, Ugo Spirito, Wilhelm Szilasi, José Vasconcelos, Alberto Wag-ner de Reyna... Todos ellos estuvieron presentes en las deliberaciones. Entre los que no lo hicieron, pero enviaron sus ponencias escritas, se encuentran primeras figuras del pensamiento filosófico de la época como Maurice Blondel, Emile Bréhier, Benedetto Croce, Galvano della Volpe, Juan D. García Bacca, Nicolai Hartmann, Martin Heidegger, Jean Hyppolite, Karl Jaspers, Louis Lavelle, Gabriel Marcel, Julián Marías, Bertrand Russell, Michele Federico Sciacca... Puede afirmarse, sin exageraciones de ninguna naturaleza que, durante diez días, la República Argentina fue un centro de convocatoria del pensamiento filosófico mundial y que ello no volvió a suceder nunca más. Dentro de ese contexto imponente tuvo lugar el Acto de Clausura en el cual el presidente Juan Perón disertara sobre “La Comunidad Organizada”. Lo acompañaban Evita, todos los ministros que integraban su gabinete, el vicepresidente de la Nación, los gobernadores de las provincias cuyanas, todos los rectores de las universidades nacionales y las mas altas autoridades civiles, militares y eclesiásticas del país. Inauguró la sesión el Prof. Alberto Wagner de Reyna (de la Universidad Católica del Perú) quien, en representación de los miembros extranjeros, dijo: “Filósofos al fin, gente retraída y cavilosa, prisioneros de nuestras torres de marfil, de cristal o de papel, despertamos a una realidad espléndida, cuando nos recibisteis con los brazos abiertos y con el corazón en la mano”. A continuación hizo uso de la palabra el Rector de la Universidad Nacional de Cuyo, Dr. I. Fernando Cruz, quien, anunciando que Perón ocuparía la cátedra para disertar, señaló: “Sin precedencia histórica, según mi entender, un mandatario que sabe salir al encuentro de los humildes, sabe también ascender como hoy lo hace al alto estrado de la cátedra filosófica para debatir en ella su pensamiento y expresar los fundamentos de su doctrina. Gracias a su fe en la cultura, a la que considera simiente fundamental de la felicidad de los pueblos, nuestro Presidente ha calado con profundidad la significación espiritual decisiva que este Congreso tiene para el destino de la cultura argentina, puesto que solo haciendo el balance de sí misma en la reflexión filosófica, solo desde ahí, puede emprender su gran avenida de perfección sin atajos erróneos, abierta a la autenticidad de su perfil nacional”. A continuación dicen las Actas: “en medio de una gran ovación por la concurrencia que llenaba el Teatro”, Perón se dirigió al escenario y pronunció su conferencia “La Comunidad Organizada”. Comenzó con la frase más arriba recordada: “Alejandro, el más grande general, tuvo por maestro a Aristóteles. Siempre he pensado entonces que mi oficio tenía algo que ver con la filosofía”. Para agregar de inmediato: “El destino me ha convertido en hombre público... No tendría jamás la pretensión de hacer filosofía pura frente a los maestros del mundo en tal disciplina científica. Pero, cuanto he de decir, se encuentra en la República en plena realización. La dificultad del hombre de Estado responsable, consiste casualmente en que está obligado a realizar cuanto afirma”. Ocupaba ahora esa cátedra un “político” y lo que siguió fue la puesta en palabra de una realidad que le era inescindible. El país vivía una auténtica revolución nacional y popular y de ella quería darse cuenta bajo el título de la “comunidad organizada”. El Perón que llegaba allí a disertar de filosofía, lo hacía con los títulos y la autoridad intelectual y moral que le daban el haber acertado en la conducción de un Pueblo. No era el frío erudito de una disciplina más, sino el estratega comprometido en el logro de un destino común. Por eso pudo finalizar aquella memorable disertación afirmando: “Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades, que procede de una ética a la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad. La náusea está desterrada de este mundo, que podrá parecer ideal, pro que es en nosotros el convencimiento de cosa realizable”. Este convencimiento no estaba precedido de largos tratados ni discursos, sino de un pensamiento hecho acción y de una acción, simultáneamente, meditada. El pueblo argentino, fuera de esa sala repleta de filósofos ilustres, sabía que el que adentro estaba hablando, decía la Verdad y no era poca cosa. El que allí dialogaba con Platón, Aristóteles y Hegel, era el mismo que, afuera, le había cambiado la cara y el espíritu a la Argentina real. En tres años de gobierno (1946-1949) había nacionalizado el Banco Central (marzo de 1946); ofrecido a la Nación un verdadero programa de desarrollo (Primer Plan Quinquenal, octubre de 1946); completado la independencia política, al proclamar en Tucumán la independencia económica (julio de 1947); promulgado la ley del voto femenino (septiembre de 1947); formulado la doctrina internacional de la “tercera posición”, que luego haría suya el Tercer Mundo (diciembre de 1947); recuperado para la soberanía nacional el sistema de transporte por ferrocarril (marzo de 1948); ayudado fraternalmente a España en su más difícil momento económico (abril de 1948); impulsado la Fundación de Ayuda Social porque las necesidades de su pueblo no podían esperar más (junio de 1948); proclamado los derechos de la ancianidad (agosto de 1948); creado el Consejo Económico y Social (enero de 1949) y promulgado al mes siguiente del Congreso de Filosofía una nueva Constitución Nacional, (mayo de 1949). ¿No eran éstos suficientes títulos para hablar en Mendoza de Filosofía?. Por cierto que si, a no ser que a ésta se la confunda como decía Kant con esa torre alta del saber “en la que sopla mucho viento, pero la ropa no se seca”.

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