La mirada sociológica integra datos políticos, económicos, culturales y sociales. Vamos a hacer un análisis de esos factores vinculados a la selección argentina de fútbol y de la final de la copa el 10 de Julio en el Maracaná.
El contexto político y económico.
La copa América se juega cada cuatro años. Se jugó en el 2019 y debía volver a jugarse en el 2023. Pero la Conmebol decidió repetirla en el 2020 para asimilarse al calendario de la Eurocopa organizada por la UEFA, que se jugaba ese año. Ambas competencias debieron postergarse al 2021 a causa de la pandemia.
En principio iba a realizarse en dos países, Argentina y Colombia, pero ambos decidieron que las circunstancias sanitarias de la pandemia lo tornaban imposible.
La Conmebol mantuvo su postura a pesar de todo, dado su compromiso con la UEFA y los 150 millones de dólares que pagaban los auspiciantes, de los cuales podía embolsarse 100.
En el 2019 la Copa se jugó en Brasil, que la había ganado. Y su actual presidente decidió ofrecer su país, a pesar de la situación alarmante de la pandemia, que ya se había cobrado 500.000 muertos y que presentaba una perspectiva aún peor. El interés de Jair Bolsonaro era muy claro: ganar otra vez la copa en su país era estratégico para contrabalancear la imagen que se estaba deteriorando cada vez más a medida que se evidenciaban las luctuosas consecuencias de su negacionismo, con el agravante de que estaban saliendo a la luz causas judiciales por delitos y negociados de los últimos años y otros vinculados a la compra de insumos para la pandemia. Pesan sobre él numerosos pedidos de juicio político.
La Conmebol le debía el favor a Bolsonaro y estaba dispuesta a favorecer al equipo brasileño como parte de pago. Varios periodistas argentinos especulaban con que el equipo nacional iba a jugar la final enfrentando a la Conmebol, a los árbitros que designara para el encuentro y al VAR, que ya había funcionado caprichosamente a favor de Brasil en partidos previos. Y además al muy buen equipo brasilero y a Tite, su excelente director técnico desde hace 5 años. Brasil llegó con 7 años sin perder de local, y había ganado 24 de los 28 partidos que jugó en esos años.
El contexto deportivo y político en que llega el equipo argentino a la final.
La selección mayor no logró ningún título internacional en los últimos 28 años. Perdió seis finales. En ese transcurso pasaron 9 directores técnicos, la mayoría de enorme experiencia, como Passarella, Bielsa, Pekerman, Basile, Maradona, Batista, Sabella, Martino y Sampaoli. Y todo esto a pesar de contar en los últimos con el mejor jugador del mundo y un elenco de jugadores de enorme categoría que se desempeñan en los clubes más prestigiosos de Europa.
Los periodistas locales y los aficionados ya no confiaban en esa generación de jugadores tan exitosos en sus clubes europeos que no lograban representar la historia del fútbol argentino a nivel internacional. Tampoco confiaban en el joven director técnico que no tenía experiencia previa en el manejo de la selección argentina ni de ninguna otra. Las principales figuras del seleccionado tenían una imagen muy deteriorada para el gran público -donde todos somos directores técnicos- y para el periodismo en general y de los grandes medios en particular, que priorizan el amarillismo y el morbo que atrae a la audiencia, además de sentirse iluminados e infalibles.
Cualquier observador externo al país podría percibir el escaso nivel de compromiso con los colores nacionales y la baja actitud de patriotismo que ha inoculado en el ADN social la predominancia de la ideología sarmientista que nos marcó a fuego que la civilización está afuera y la barbarie está dentro de nuestro país. Con el agravante del exitismo y de la necesidad de satisfacción instantánea que impera en la sociedad contemporánea. Todo esto agravado por la política antinacional de una oposición ultraliberal salvaje que está decidida a sabotear todo lo que pueda ayudar al país a superar la pandemia macrista y la sanitaria.
Por otro lado la AFA sigue siendo un grupo con más intereses políticos y económicos que deportivos, igual que la Conmebol, la UEFA y la propia FIFA. Las actividades deportivas son simplemente la excusa para hacer negocios espurios y acumular poder político que permita impunidad y más negociados. Tener el control de la AFA es un resorte para apoyar proyectos políticos bien contradictorios con los intereses nacionales, y apalancar al conjunto de los clubes de todas las divisiones manejando la caja que les permite sobrevivir y digitando los sistemas de cada división y los ascensos y descensos entre otras cosas. Además de la participación en los “negocios”.
Esta es una de las razones por las que al ser desplazado el último entrenador en el 2018, ningún director técnico de experiencia y reconocida trayectoria quiso hacerse cargo de la papa caliente que dejaba Sampaoli. Ninguno quiso arriesgarse a jugar su prestigio al fracaso seguro que significaba asumir un cargo en el que estaría encorsetado por la presión política extradeportiva que emanaba de la estructura de la AFA.
La cuestión sociocultural
En todo deporte grupal juegan siempre diversos factores: la capacidad individual de los integrantes del grupo, el afecto y la solidaridad entre ellos, el compromiso con un objetivo común, una conducción sólida y respetada, y una cuota de suerte, siempre relacionada a los factores antes mencionados.
En el caso del equipo de un club en particular el objetivo común está vinculado a la performance que el equipo obtenga en la tabla de posiciones. A todos les conviene a nivel individual que al equipo le vaya lo mejor posible. Pero en el caso de una selección nacional está vinculado al sentimiento de pertenencia a una Nación a la que todos sienten como propia y al orgullo de representarla. Los intereses y conveniencias personales pasan a un segundo plano. La camiseta con los colores nacionales es un
símbolo equivalente a la escarapela y la bandera. Todos saben que son los elegidos para representar al pueblo del que forman parte.
Por esa razón el lugar del director técnico, del conductor, es muy distinto en un club y en una selección nacional. Y la casualidad histórica hizo que una personalidad como la de Lionel Sebastián Scaloni, un personaje de 43 años, nacido y criado en una familia humilde de Pujato, a 33 kilómetros de Rosario, haya asumido el desafío de hacerse cargo de la papa caliente que significó el fracaso de las gestiones anteriores. Esa es la clave para que el conjunto de individualidades descollantes que produce nuestro país se consolide como una selección nacional.
Scaloni definió, en el programa de ayer, lunes 12 de Julio de ESPN FShow, los valores que representa. La pasión, la solidaridad, el afecto y la unión, el disfrutar el jugar y los desafíos en búsqueda de un objetivo que trasciende lo individual. La toma de decisiones consensuadas con los jugadores, las comidas cotidianas y encuentros grupales sentados en una mesa redonda donde todos se ven y se miran a la cara. El encarar honestamente con cada jugador los fundamentos de la decisión de que sean titulares o suplentes en cada partido o que acompañen desde afuera.
Expresó claramente la necesidad suprema de la unión del grupo en consonancia con la unión nacional que sostiene que debe darse en todos los aspectos de un país. Eso es lo importante. Tirar todos juntos para el mismo lado, no importa el lugar táctico que a cada uno le corresponda en cada momento del proceso. El resultado depende de eso, aunque triunfar en una final también dependa de la cuota de suerte.
El dramaturgo español Jacinto Benavente dijo hace mucho tiempo que todos piensan que el talento es una cuestión de suerte, pero pocos saben que la suerte es una cuestión de talento. Y en el caso de Scaloni el talento está sostenido por su inteligencia emocional y su compromiso con un proyecto común.
Y no sólo los argentinos, desde la base Marambio hasta la Quiaca y en todas las ciudades del mundo donde radican, festejaron la victoria. También fueron descomunales los festejos en otros lugares del planeta, como sucedió en las ex colonias británicas como India y Bangladesh, y Siria entre otros. Y obviamente en Nápoles, la segunda patria de D10S.
Varios datos de color sobrevuelan las sensaciones que dominan a casi todos. La más fuerte es justamente la presencia de D10S desde el comando celestial.
Otra es el afecto que despierta la pulga en el mundo y el inconsciente colectivo que sabe que se merecía con creces ganar una copa internacional vistiendo la albiceleste. Y que el fideo y Otamendi merecían lo mismo. Como representantes de una generación de jugadores que se vieron injustamente frustrados en ese deseo.
Otra es el deseo de muchos hermanos brasileros de que nuestra selección y Messi lograran algo por lo que habían luchado tanto. Y la conciencia de que si ganaba Brasil el verdadero negocio era de Jair Bolsonaro para desgracia del pueblo brasilero.
La postal ideológica, cultural y social es la foto de Neymar con Messi y Paredes charlando como grandes amigos, con enorme afecto, que nos muestran que la desunión de los pueblos latinoamericanos es parte de la operación política de los imperios de turno.
Y que tenemos que recuperar el afecto por nuestros vecinos, porque simplemente compartimos un destino común: Unidos o Dominados.
La imagen de los tres amigos en una charla tan afectiva después de un partido trascendental para ellos recorrió el mundo. Y Tite, técnico del Scratch, no fue indiferente. "Hay grandeza en la derrota y en reconocer al rival. Quizás, la imagen que se vio entre Messi y Neymar después del partido sea un mensaje que tengamos que dar. Tiene el lado humano, de educación y de amistad que trasciende. Existen adversarios no enemigos", aseguró el DT tras el encuentro.
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