Los costos de la política / El valor de la política
El costo de la política en la balanza

“Creo que no se puede ser hombre, y mucho menos artista, sin tener una conciencia política. El arte es política”.

Luchino Visconti

Días atrás, el intendente de General Rodríguez, Mauro García anunció que, tanto él como los miembros de su gabinete, trabajarían ad honorem. También los legisladores del Cambiemos se hicieron los bananas y revolearon de sotamanga un proyecto destinado a congelar las dietas. Ni lerdos ni perezosos, Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa (presidenta de la Cámara de Senadores y Presidente de la Cámara de Diputados respectivamente) les dieron (mejor dicho, se dieron) el gusto… por 180 días. Casi al unísono, Cristina Caamaño, interventora de la AFI, anunció que donaría su salario al plan Argentina Contra el Hambre y en el interior del país, varios intendentes y concejales aplaudieron estos gestos de austeridad y se comprometieron a seguir el ejemplo.
 
Si la política continuara por estos senderos, es dable esperar que, en pocos días más, nuestro inveterado trotskismo de papel maché venza en la batalla discursiva y los diputados y senadores admitan cobrar lo mismo que un maestro recién ingresado a su cargo, lo que permitiría arribar a la conclusión de que Elisa Carrió renunció a su banca y se jubiló porque se la veía venir.
 
Chascarrillos aparte, los costos de la política son algo así como el leiv motiv de cada quiebra económica de nuestro país: “la sociedad le pide a la clase política que haga el ajuste en sus cuentas” titula, ampuloso, un diario que supo ser grande y de la Argentina, pero, bien leída la noticia, uno descubre que la que reclama es CARBAP, una entidad rural que, en ese momento, veía que le iban a meter la mano a las fabulosas ganancias de sus socios a través de mayores retenciones y la reforma impositiva de la Provincia de Buenos Aires.
 
No es nuevo. En los estertores del alfonsinismo nació el morfema clase política -ese que a Don Raúl lo sacaba de quicio- para jugar con la idea de que los dirigentes pertenecían a una clase adinerada. Menem, en 1991, bajó por decreto muchas jubilaciones de privilegio (cada funcionario político que asumía firmaba su renuncia explícita a una prestación de este estilo) lo que luego ratificó a través de la la ley 24.018. Pero, tal como lo explicó el ministro Armando Caro Figueroa “a raíz de las múltiples demandas judiciales y de las primeras sentencias de jueces inferiores que sostenían la vigencia de los privilegios, el Gobierno envió al Congreso, en 1997, un proyecto de ley (mensaje 1084/97) que ratificaba la derogación de todas las jubilaciones de privilegio”. Esa iniciativa nunca fue tratada.
 
De todas manera, como en las leyes y los decretos previsionales rige el principio de irretroactividad, muchos ex funcionarios, incluso (y sobre todo) los de los gobiernos de facto, siguieron percibiendo su jubilación de privilegio. Un caso muy conocido es el del Dr. Mariano Grondona quien cobraba una de estas prestaciones por haber sido pocos días funcionario de la dictadura de Juan Carlos Onganía.
 
En los 2000, los errores políticos y económicos del tándem De la Rúa/Cavallo en el país del que se vayan todos vuelven a poner sobre la mesa (en realidad en las tapas de los diarios) el tema del costo de la política. Conspicuos editorialistas -entre los que se encontraban el propio Grondona y Bernardo Neustadt- sacaban cuentas de cuánto costaba un diputado o un senador mientras le bajaban el precio a la tarea legislativa (los golpes siempre pasan primero por el Congreso). Tanto que, en los días de mayor furia, algunos exaltados intentaron incendiar el histórico edificio en el que funcionan ambas Cámaras y fueron muchos los legisladores que recibieron algún mamporro de parte de ciudadanos indignados.
 
Con el primero y el segundo kirchnerismo, la cosa pasó por el “se dovadon todo” o “se robaron dos pebeíes” y, arribado el macrismo, esto se acabó porque, como todo el mundo sabe, “son ricos, no necesitan robar”. Sin embargo, en el último año del gobierno de Cambiemos reapareció el tema del costo de la política pero, en este caso, sólo para modificar la ley electoral y permitir que los empresarios que hacían negocios financiaran la campaña de los empresarios que hacían negoc… perdón, que gobernaban.
 
Y ahora, esto de los intendentes que trabajan gratis, los funcionarios que donan su sueldo, el congelamiento de las dietas de los legisladores y hasta (y por vez primera en serio en nuestra historia), un toquecito a las jubilaciones de jueces y diplomáticos.
 
Gestos, todos, que a la postre han sido inútiles: esa demanda no proviene de la sociedad sino del Mercado que, lo que intenta, es apropiarse de más recursos y para eso, exige recortes. Recortes innecesarios y, por momentos, hasta peligrosos. Retacearle financiamiento a la política es, en realidad, bajarle el precio.  Hablar del costo sin hablar del valor de la política es, siempre, un discurso destituyente que ha llevado al país a las grandes encerronas de la anti-política. Cambiemos es la prueba flagrante de eso: recibió un país desendeudado y, en cuatro años, llevó la deuda a niveles insólitos. Deuda que, por otra parte, entró por las cuentas del Gobierno y se fugó por las cuentas de los privados (anche de algún funcionario de los que tenían empresas off-shore pero “técnicamente” no era delito).
 
Pero, sobre todo, no supieron hacer política: dialogar, negociar, consensuar. Creyeron que el sistema de látigo/billetera les conferiría un poder eterno. Que su alianza espuria con los mercaderes de la Justicia y los traficantes de información los convertiría en una suerte de monarquía democrática capaz de decretar sucesiones y vasallazgos. Vociferaron que la herramienta básica para cambiar la realidad y mejorar la vida del pueblo estaba demodé. Apostaron a ocupar el lugar de la democracia con un mix de carpetazos, prisiones preventivas y operaciones de prensa marinados en una vinagreta de viejas y viejos irritados sobre colchón de verdes en fuga. Creyeron que iban a devorarse a la política y la política se los manducó. El valor de la política los sacó del juego. Porque, en realidad, los caros son ellos. Y si los pagás por honestos, son carísimos.
 
Pero ojo. Por un ratito, nomás. Están ahí, agazapados. Bahhh, maso. En realidad están a la vista, operando, haciendo la de siempre, pidiendo que la Política haga el ajuste… Darles bola es un error, porque no hay prenda de negociación con Ellos. Nada de lo que entregues será suficiente. Nada alcanzará para aplacar su angurria porque desconocen el valor de la política, el sentir del pueblo, la emoción de militar, la inteligencia, la humildad y la paciencia que demandan la negociación.
 
No saben nada.
 
No les importa nada.
 
Creen, de verdad, que todo tiene precio.

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