La palabra desbocada
Munch: El Grito

Tanto en Argentina, como en Colombia, Brasil, los Estados Unidos o Europa aparece un fenómeno político que denominamos «la derecha» identificada con el neoliberalismo, que ejerce la política como una actuación… no son, actúan, representan un papel: son «las furias». Serán los parlamentos de esta actuación los que se nutren de las palabras desbocadas. Vemos que, así como existe una diferencia conceptual entre el miedo y el terror, también lo hay entre el odio y la furia. El primero tiene un objeto preciso al que se dirige, mientras que la segunda es el desborde total de las emociones. Esto es lo que les da marco y sentido a consignas como ¡Estamos hartos! ¡Basta! ¿De qué hablan, quién lo dice y a quién va dirigido ese grito casi gutural?

Crisis y bronca

La crisis económica que estalló en 2008 –producida por el sector financiero privado, no por el estado- y que, lejos de resolverse se fue agravando, encontró en la pandemia el detonante de un orden mundial. Quedaron al desnudo la concentración de la riqueza y la concomitante injusticia social, los choques en la construcción de una multipolaridad, y en la vida cotidiana, tras dos años de aislamiento aparece en los pueblos que han sido objeto de esta situación, un desencanto al no poder encontrar una salida de esta crisis en forma más armoniosa, pues cuando la pandemia parecería estar en sus tramos finales, los pueblos deben pagar el costo de la misma y de una guerra por delimitar zonas de influencia en esa multipolaridad, todo lo cual hacen que se encarezca la energía y los alimentos.

En un momento, fueron grupos de izquierda quienes buscaron «organizar» ese desborde emocional de «bronca» y resentimiento de sectores marginales, pero si bien ello genera desorden no permite la construcción de un poder, o si aparece, es efímero. Pero para esta «derecha» esto crea una situación absolutamente funcional, pues el poder que la sostiene está en el mercado y no en eso ambiguo que llaman «la gente». Por eso, cuando se reúnen van solos, no hay columnas o transportes comunes…

Los «furias»

Lo paradójico es que quien nombra el desencanto son los responsables de la existencia de dicha situación crítica, pero a través de los medios de comunicación tradicionales (diario, radio y televisión) y las redes sociales se transfiere el sentido de la acción al receptor, como si él lo hubiera proferido y se le dice: eso que tenés es bronca, invisibilizando quien produjo las condiciones de tal situación y al propio emisor del mensaje. Por ello «los furias» quieren discutir la pobreza, no la redistribución de la riqueza, es porque si alguien no tiene trabajo es por vago, «planero», no por haber sido expulsado del sistema productivo. A su vez, por repetición y «machaque» se va naturalizando el clima de violencia que estos relatos crean, comienzan a ser parte de lo que consideramos el «sentido común»… comienzan a ser parte de nuestra subjetividad y sin producir alboroto, el dueño de una cadena de supermercados puede decir jocosamente que la inflación es un buen negocio porque permite remarcar todos los días los precios.

El mensaje del que hablamos está construido sobre dos ejes básicos: 1) la verdad y la mentira no expresan un valor y un desvalor, se las ha banalizado y con ello, lo único que cuenta es el resultado; 2) consecuentemente, los argumentos propios del realismo político pierden su sentido y son reemplazados por significantes vacíos que convocan a las emociones, pero no de cualquier manera, sino como desborde… como furia… con palabras desbocadas: somos superiores ética y estéticamente o no puede haber derecho detrás de cada necesidad, asentado como doctrina no solo la injusticia social sino una estratificación propia del sistema feudal.

Podríamos preguntarnos qué es lo que desata la furia, y en la búsqueda de una respuesta encontraremos lo que algunos llaman el exceso del goce, que para otros es el empoderamiento propio de la ampliación de derechos. Lo que desata la furia no es el impedimento al acceso a una determinada materialidad o situación, sino el no poder vivirlo como un privilegio, por eso pudieron decir: les hicieron creer que el sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior.

Anti-política e irresponsabilidad colectiva

El principal objeto de ataque no es la democracia ya que ella es concebida solamente en sus aspectos procedimentales, porque sirve a «los furias» para llegar al gobierno con cierta legitimidad, sino que el ataque apunta a la política, porque esa es la herramienta de transformación de la realidad que los pueblos poseen. Conjuntamente con ello, se ataca a las estructuras de lo simbólico por medio del lenguaje, a la racionalidad que implica la construcción de un proyecto nacional y popular.

Trabajar sobre el desborde y la furia a nivel imaginario es el método del enemigo del pueblo que busca con ello la descomposición de los movimientos nacionales y populares de América Latina. Los ataques a sus líderes o liderezas no están dirigidos a la persona concreta, de carne y hueso, sino a la estructura libidinal que se basa en la identificación de los pares que han puesto en un lugar común a ese hombre o mujer, acto a partir de lo cual, la masa se transforma en pueblo, o sea, en organización política.

Finalmente, el emisor de las palabras desbocadas, por medio de la tecnología comunicacional puede llegar uno a uno, casi en soledad, a todos los miembros de la comunidad sin que esa comunicación tenga feed-back, un ida y vuelta, es unidireccional y por lo tanto evita la aparición de parámetros críticos, por lo cual se puede establecer una conducción perversa que puede llevar a actuar aun cuando el resultado de la acción llevada adelante persiga intereses contrapuestos a los de las personas actuantes. Recordemos las expresiones respecto que no se podía pagar 50 pesos la electricidad y para evitar eso votaron un gobierno que la aumentó entre 3.400% y 5.500%, con las consecuencias obvias. En ese momento se ha consumado la apropiación de la subjetividad, se ha perdido la libertad.

Así como no partimos de una concepción substancialista del pueblo, sino que lo concebimos como una construcción mítico-histórica, también comprendemos que la inocencia irresponsable ha caducado. Ya nadie puede decir me engañaron… No hay «sálvese quien pueda» si no se acepta el canibalismo, la meritocracia es un invento de los que no llegaron por mérito y quieren excluir al resto. La responsabilidad de los hechos no es solo de los gobernantes sino también de cada uno de nosotros en el momento de decidir políticamente el destino, pero no en soledad, sino en el lugar común, organizadamente. No hay mejor imagen para ello que la plaza ni música más maravillosa que la palabra del pueblo.

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