SE CUMPLEN 67 AÑOS DE ESTA SENTIDA Y PROFÉTICA CARTA DEL DOCTOR RAMÓN CARRILLO A JUAN PERÓN.
carrillo

Al Exmo. Señor Presidente de la Nación

Buenos Aires, 31 de julio de 1954

General de Ejército don Juan Perón.

Querido Jefe:

Reflexionando estos días acerca de nuestras últimas conversaciones, y en la pausa espiritual que mueve a pensar y ordenar recuerdos, he podido balancear estos densos años transcurridos a su lado que dieron un nuevo sentido a mi existencia cuando me brindó la oportunidad de trabajar por la Patria y por Ud. en todo cuanto permitieran mi voluntad, mis energías y reflexiva convicción. De ese variado existir solo me propongo participarle, en dos párrafos, algo en que, estoy seguro, coincidirá conmigo por lo cual no puede resistir a la tentación de consignarlo previo al objeto preciso de esta carta. Mientras organizaba primero la Secretaría de Salud Pública y planeaba después el futuro Ministerio hasta concretarlo en obras y funciones, no chocaba nadie ni recibía tiros desde ningún ángulo. Pero cuando estuvo todo armado y la máquina comenzó a funcionar y crecer con sus resortes y engranajes concluyó para mí la paz y la tranquilidad. Ni siquiera faltaron francotiradores que afinaran conmigo la puntería. Permítame, General, esta franqueza y permita también que reconozca que era Ud. mismo, en definitiva, el que sufría con esos disgustos que yo, sin querer, le ocasionaba.

Pero Ud. me protegió siempre y absorbió por mí los inconvenientes fundados o no, porque Ud. sabía que yo era un hombre modesto, humilde y sencillo, que no abrigaba otra preocupación que trabajar para Ud. que es la manera de servir al país, y consagrarme al cultivo de una disciplina estatal que colmaba mi vocación.

Ahora, luego de tantos años de lucha agotadora volvería renovado, de acuerdo a su ofrecimiento al plano de nuestra primera época para continuar en tareas tan de mi inquietud en un lugar más modesto y menos espectacular, menos visible, que no ocasionará rozamientos o despertará resistencias, donde pudiera cumplir plenamente y con tranquilidad con mi vocación más intensa: la pura especulación científica, porque es allí donde rendiré todo lo que soy capaz.

La ciencia es mi materia. En ella me manejo bien, y en ese ambiente de la pura abstracción me colocaría de manera de no chocar ni molestar ni quitar nada a nadie.

Un pequeño rincón es todo lo que necesito para ese trabajo. El material está afuera, disperso en el país y de primerísimo orden: nuestros hombres de ciencia, nuestros estudiosos en todas las ramas del saber, muchos de ellos figuras de renombre universal.

Habrá que reunir esos hombres en Academias hoy inexistentes y hacerlos trabajar, con convicción, en bien del Estado. Hay que proceder como Napoleón que salido de la revolución sans culotte, lo primero que hizo cuando fue consagrado emperador fue reabrir las academias científicas que fueran en todo tiempo el gran prestigio de la vieja Francia.

¿Acaso no solía repetir Napoleón que su mayor gloria no consistía en haber ganado cien batallas sino en haber entregado a su país el Código Civil?

Vivimos el siglo de lo político y lo económico, como el siglo pasado lo fue de la electricidad o del “progreso”. Los hombres de ciencia no son, por lo general, políticos; pero es difícil, pese a esta circunstancia eludir que lo político colorea aún a los hombres dedicados a las más abstractas tareas. Lástima que si alguna ideología alcanzó a penetrar en una que otra "torre de marfil" ha sido la marxista, por su pretensión cientificista y su fundamentación en la filosofía de Hegel que vehiculizó esa "enfermedad del siglo" merced precisamente a su falso rigorismo intelectual. Es urgente persuadir a esos hombres de ciencia nuestros del sentido de la doctrina nacional aunque debemos usar para ello métodos distintos de los empleados en la conducción de masas. De eso me podría encargar yo mismo que he pasado mi vida entre ellos y conozco sus modalidades y vanidades. Hay que hacer de manera tal que, como el personaje de Moliere, un día descubran que hablen en prosa sin saberlo...

Vivimos un momento catastrófico de la civilización occidental y estamos forjando con dolor un mundo nuevo. El Renacimiento liquidó la Edad Media y nosotros estamos liquidando el Renacimiento. Los hombres andan desperdigados y sin rumbo; sólo conductores como Ud. pueden señalar el camino. Usted lo sabe bien porque eso es lo que está haciendo, para ejemplo del mundo, en nuestra patria.

Pero no creamos que esa atención hacia la masa (antes hay que salvar el material humano) supone desmedro de la "élite" que forzosamente se destaca siempre del conglomerado. Usted mismo es un hombre de "élite"; de no ser así no hubiera alcanzado a comprender, como nadie, el momento histórico que nos ha tocado vivir. Usted conoce obreros de blusa que también son de "élite", como hay "masas" entre los elegantes y snobs oligarcas que transcurren su vida dentro de un refinamiento que ni siquiera son capaces de apreciar ni comprender porque debajo de su piel sólo se descubre la mentalidad del hombre de las cavernas.

Reflexione Ud. por un momento que si hoy fallecieran simultáneamente los cuarenta o cincuenta físicos que continuaron los trabajos de Planck, Einstein y Ferni, el mundo civilizado perderá en un segundo los secretos de la física nuclear. ¿Cómo dudar entonces de la existencia de "élites" aún en épocas como la nuestra en que la técnica enseña a hombres comunes a manejar, a través de complejos aparatos, fuerzas que no llegan a comprender? ¿Y qué decir de la economía y las finanzas que hoy ya no pueden manejar los brillantes abogados de la época liberal, los "literatos" de la economía clásica, sino oscuros hombres de ciencia dedicados al análisis de lo social y de la alta matemática? ¿Y cómo olvidar el ordenamiento sistemático, social y jurídico, que espera todavía la Argentina para concretar la norma del nuevo vivir que es el justicialismo, tarea que Ud. recién ha comenzado?

No crea Ud. que estoy divagando sino que, todo lo contrario, marcho hacia lo práctico que es, precisamente, el objeto de mi conversación de hoy con Ud. El radar, la V2, la bomba atómica, la penicilina, fueron posibles gracias a organismos estatales como el que propició. Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, tenían durante la guerra pasada el necesario contralor sobre la investigación científica, como para que se concretaran esos verdaderos milagros de la mente humana. Yo estuve en Holanda y en Alemania, los cinco años anteriores a la última guerra y me di cuenta, antes de volver a la Argentina, que se estaba preparando la guerra de los "laboratorios" donde yo trabajaba sobre la fatiga y sobre drogas contra la fatiga, que luego utilizaron las fuerzas blindadas para hacer marchas de cinco y seis días sin dar descanso a la tropa. Esos organismos estatales continúan hoy su silenciosa tarea, trabajando en íntima comunión con lo más puro de la intelectualidad de cada país y del mundo entero. Ud. mismo lo dijo en cierto momento:

"El Estado debe amoldarse a los grandes progresos, tanto de la ciencia, cuanto de la moral, porque ya no se vive el Estado Omnipotencia, sino el Estado Justicia, el Estado Cultura, el Estado Derecho."

Deseo recibir sus indicaciones para elaborar el proyecto creando un organismo de estudios y coordinación científica en el Poder Ejecutivo. Sólo Ud. conoce cuáles son las directivas para cumplir un objetivo tan específico. Por mi parte he proyectado dos líneas al respecto, que remito adjunto, porque no puedo con mi temperamento: sugerir siempre una solución aclarando que éste sólo tiene un carácter y título provisorio. El nombre del organismo es lo de menos: lo que vale es el contenido y lo que se haga realmente. Como Ud. imaginará dispongo de una gran bibliografía sobre la materia.

También le incluyo mi última colaboración, esta vez sobre el problema de los precios. Y digo última porque ahora, fuera ya del mecanismo del gobierno, sólo con su beneplácito me consideraré autorizado a hacerle llegar mis inquietudes, como he hecho en estos últimos tiempos preocupado del modo imprevisto en que se nos venían los problemas encima y temía que fuéramos sorprendidos.

Escribirle a Ud. me he dejado el saldo del goce exquisito de haber vivido una íntima comunión de ideales tal como lo dice en la dedicatoria de su fotografía. A través de mi correspondencia en la que puse fervor peronista y lealtad hacia mi Jefe político y espiritual no vea ningún interés, sino el noble propósito de serle útil a Ud. y a la nación en la medida de mis conocimientos con grandeza de alma y sin personalizar, ni atribuir aviesas intenciones a los hombres.

Con todo afecto y alta consideración de su amigo.

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