El documento del Departamento de Estado que modela las relaciones con América Latina y el Caribe.
El miércoles último Estados Unidos regresó al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidos (UNHRC por sus siglas en ingles) después de tres años de ausencia, decidida por el gobierno de Donald Trump. El primer discurso del novel Secretario de Estado Antony Blinken, sin embargo, no se diferenció un ápice de los motivos esgrimidos por el republicano para abandonar esa institución multilateral.
En agosto de 2020, el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSC) difundió a través del portal de la Casa Blanca el Marco Estratégico del Hemisferio Occidental, un documento de cuatro carillas en el que se adecuaban los objetivos de la estrategia global a las particularidades de América Latina y el Caribe. Ambos documentos fueron eliminados del portal oficial del gobierno estadounidense durante la semana posterior a la asunción de Joe Biden. Según periodistas acreditados en Washington, la razón de fondo para dicha supresión no se debe a ninguna rectificación o mutación futura de la Doctrina, sino a su necesaria adecuación a un lenguaje más diplomático.
El prólogo al Marco Estratégico se congratula por haber “garantizado la paz y la prosperidad en la región”, y continúa con un sugestivo parágrafo relativo a “los abundantes recursos naturales de la región, incluidos los combustibles y los metales preciosos”. En su desarrollo, establece cinco objetivos claves relacionados con las siguientes dimensiones:
1. Geopolítica
2. Económica
3. Institucional
4. Militar
5. Ideológica
La primera meta se orienta a Asegurar el Hogar Nacional y su esfera de influencia, especificando que las relaciones con sus vecinos se anclan en la propia seguridad geoestratégica. América Latina y el Caribe –asegura el Marco– es un espacio de la incumbencia absoluta de Washington, y eso conlleva disuadir otro tipos de autoridad internacional ajena a su control. Este primer objetivo coincide con el espíritu de la frase enunciada en 1912 por el único presidente de los Estados Unidos que además fue titular de la Corte Suprema, William Howard Taft: “No está muy distante el día en que la bandera de Estados Unidos flamee en tres puntos equidistantes para señalar nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el Hemisferio será nuestro por virtud de la superioridad de nuestra raza, así como ya lo es nuestro, en términos morales”.
En el informe se prioriza la seguridad doméstica pero no aparece ninguna referencia a los acuciantes problemas de la región, como la desigualdad, la falta de desarrollo industrial y las carencias de infraestructura. Aunque América Latina y el Caribe sean consideradas las áreas geográficas más desiguales del mundo, el vínculo explicitado por Washington se concentra en la seguridad y su control geopolítico como forma de garantizar el bienestar de los estadounidenses.
El segundo capítulo se orienta a la promoción “del crecimiento a través de la expansión de los mercados libres”, conculcando cualquier forma de regulación soberana capaz de resguardar el despegue productivo o proteger áreas de desarrollo estratégico de los países latinoamericanos. El documento agrega –como referencia al prólogo sobre “los abundantes recursos naturales de la región, incluidos los combustibles y los metales preciosos”– la imperiosa necesidad de garantizar las cadenas de suministro, eufemismo para condenar a la región a una actividad extractiva anclada en la primarización económica. Este acápite busca otorgar certeza a las empresas monopólicas, y a sus soportes financiarizados representados por Wall Street, ratificando las ventajas que se derivan del control productivo y comercial.
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