Mucho se ha venido hablando en estos días del teletrabajo y de la educación a distancia. Temas que se han vuelto populares a raíz de la cuarentena y del aislamiento al que estamos sujetos a causa de la pandemia.
Poco se ha dicho, en cambio, de quiénes, cómo y con qué elementos se utilizarán las herramientas que nos proponen.
El encierro obligado de, literalmente, miles de millones de personas en todo el planeta, ha popularizado cosas tales como Zoom, Hangout, Meet, Webex, Microsoft Team, Skype, etc., antes sólo conocidas o utilizadas por una relativamente escasa porción de la población mundial.
Hoy, siendo involuntarios protagonistas de esta distopía, nos vamos a tomar un rato en explicar de qué se trata todo esto, sin olvidarnos del contexto social y económico en el que estamos insertos. Porque es muy distinta la situación de una gran empresa, en general ya habituada a estas prácticas, y con la infraestructura adecuada para llevarlas a cabo, a la de una PYME con escasa o nula preparación para afrontar la contingencia. Porque la disparidad en el acceso a la tecnología en nuestro país hace que los hogares que estén preparados para utilizar provechosamente estos recursos sean escasos, minoritarios. Y, finalmente, porque no todo se puede hacer “virtualmente” por más que nos quieran convencer de lo contrario.
Los efectos de la pandemia han puesto en jaque a la civilización humana disparando misiles a sus cimientos. El homo sappiens ES un animal social. La evolución nos ha hecho así. Un mundo sin besos, ni abrazos, ni encuentros, ni caricias, ni risas compartidas, nos es completamente disfuncional, anacrónico y deprimente. No tengo ni idea de cómo quedaremos después de este episodio, que encima promete ser de larga duración y con alta probabilidad de repetirse. Tampoco tengo idea cuál de las fuerzas e ideologías, en pugna y discusión en el presente, saldrán triunfantes de este caos. Sólo tengo la esperanza de que el imperativo de la vida continúe y que los humanos tengamos la inteligencia suficiente como para capitalizar esta experiencia. Hoy, sin duda, estamos en el horno.
A mis 62 años no puedo menos que imaginarme pasando a la clandestinidad para compartir un vino con un amigo o para abrazar a mi mujer.
Antes de sumergirnos plenamente en lo tecnológico, veamos un poco el contexto argentino: el bichito este nos llega con un incipiente gobierno popular que hereda una crisis apabullante en lo económico y social después de cuatro años de desgobierno neoliberal. Disminución del PBI, inflación, aumento de la pobreza e indigencia, abandono de la salud y educación públicas, incremento exponencial de la deuda pública en moneda y legislación extranjeras. Recordemos las cunas (Qunitas) no repartidas, las vacunas escondidas y vencidas, las computadoras de Conectar Igualdad abandonadas como el programa mismo. El desguace del plan satelital, el avance de los monopolios en la oferta de Internet y de comunicaciones en general.
Digo esto, porque es imposible trabajar o estudiar o reunirse virtualmente sin Internet, sin computadoras y/o celulares que funcionen y a un precio razonable, que podamos pagar.
La conectividad a Internet en los grandes centros urbanos es mala y cara y en el resto de nuestro inmenso país es peor o directamente inexistente.
Y tampoco debemos olvidar que todas estas cosas funcionan con energía eléctrica, alegremente dolarizada por el macrismo en beneficio de unos pocos amigos y parientes acostumbrados a no invertir y llevarse los dólares a sus cuentas offshore. No hace falta abundar: las desesperantes facturas que nos llegan por servicios francamente ineficientes hablan por si solas.
Tele trabajo. ¿Quienes?
“Pedro, haga lugar en el living que el torno le tocó a usted”
Imposible. Los operarios industriales, todos los que fabrican todas las cosas: muebles, lavarropas, escobas, celulares, lápices, zapatos o lo que sea, no se pueden llevar el trabajo a casa.
El universo de los que pueden trabajar remotamente es, por tanto, reducido.
Supongamos ahora que tenemos la fortuna de contar con una ocupación que nos permite hacer normalmente, (o más o menos), nuestra tarea de manera remota, desde nuestra casa.
No voy a ser tan cruel de ejemplificar con alguien que viva en un barrio humilde, en una villa, ya que en este caso la situación es tan precaria y sus habitantes han sido tan históricamente olvidados y ocultados, que hablar de acceso a Internet cuando ni siquiera hay agua sería casi un insulto.
Vamos a una familia de clase media, matrimonio con dos hijos, computadora en el hogar y conexión a Internet que más o menos funcione. Padre y madre con la obligación de hacer trabajo desde su casa. Hijos con clases a distancia. Cuatro personas intentando distribuir los tiempos del uso de la computadora. Lo que es virtualmente imposible, porque los chicos tendrán clases “en horario de clases” y los padres teletrabajo “en horario laboral”, y sucede que esos son los mismos horarios, más o menos. Un lío.
¿En cuantos hogares hay más de una computadora?
¿En cuantos hogares hay espacios adecuados?
En muy pocos.
Además está la cuestión de quien se hace cargo de los costos.
En un contexto en el que me obligan a trabajar desde casa, es mi empleador el que debe proveerme de los medios: la computadora, el acceso a Internet y la energía eléctrica que corresponda.
Indudablemente, es el Estado el que debe regular adecuadamente esta actividad.
¿Cómo? Universalizando los servicios necesarios y obligando a las empresas a proveer los elementos necesarios.
Vamos ahora a analizar cómo se puede hacer algo de esto.
Antes mencioné una cantidad de aplicaciones, Zoom, Hangout, Skype, etc. Lo que tienen en común es que pertenecen a empresas privadas, que sólo las podemos usar bajo sus condiciones y que para cualquier forma de uso profesional tienen su costo.
Al aceptar sus condiciones, les ofrecemos libremente datos que luego serán utilizados para vendernos cosas, políticas e ideas de acuerdo a las preferencias de las empresas que las desarrollaron y sus eventuales clientes. La privacidad en este contexto es una utopía.
Si queremos desarrollar una política soberana en estos temas, tenemos que ir por otro lado.
Existen una gran cantidad de aplicaciones desarrolladas bajo el concepto de software libre. Libre en el sentido de que podemos conocer el código, lo podemos analizar y modificar, lo podemos copiar y en definitiva, usarlo y distribuirlo como más nos convenga.
Sabiendo qué hace y cómo lo hace podemos adaptarlo a nuestras necesidades.
Soy de la opinión que el Estado debería promover la investigación y uso de este tipo de software y desarrollar la infraestructura adecuada para alojar estas aplicaciones localmente, como una política de seguridad y soberanía.
Vamos a ver brevemente, entonces, algunas de estas aplicaciones y las posibilidades que nos ofrecen.
Jitsi
Es una aplicación de video chat (video conferencia). Si entramos a la página de Jitsi nos dice los siguiente:
Lo interesante de esto, es que uno puede instalar su propio servidor. Es decir que una empresa u organización de cualquier tipo, que necesite mantener comunicadas entre sí a un grupo de personas de manera privada, puede tener su propia instalación. Esto no ocurre con ninguno de los sistemas propietarios (Zoom, Meet, etc) que están fuertemente centralizados.
Claro, cualquier usuario no va a estar instalando un servidor, pero en el país hay suficiente cantidad de técnicos con la capacidad de hacerlo. Realmente no es un proceso muy complicado. Yo mismo hice una instalación para experimentar y es lo que estamos usando en este momento con el equipo del programa.
Matrix – Riot
Matrix es un estandard abierto, es decir un conjunto de normas, diseñado para construir sistemas de comunicación en tiempo real, descentralizados e interoperables.
Es interoperable porque nos permite comunicarnos con otros sistemas (por ejemplo telegram y whatsapp)
Es descentralizado porque no existe un punto central de control. Cualquiera puede instalar su propio servidor basado en Matrix.
Comunicación en tiempo real significa que podemos construir sistemas de mensajería instantánea.
¡Es decir que podemos tener nuestro propio whatsapp! Un ejemplo es el cliente Riot, que permite chatear en tiempo real y hacer llamadas de voz o video entre dos personas o un grupo. También lo instalé para jugar y lo conecté con telegram y whatsapp de modo que ¡tengo todas las comunicaciones en un mismo lugar!
Nextcloud
Esta es una aplicación de colaboración muy completa que la podemos comparar en funcionalidades con Dropbox , Google Drive y Office 365.
Como las mencionadas antes, nos permite realizar nuestra propia instalación.
Podemos tener nuestras carpetas sincronizadas entre computadora, celular y servidor de nextcloud. Compartir archivos, fotos, audios. Chatear y realizar llamadas de voz o video. Trabajar entre varios en un mismo documento y manejarse con formatos compatibles de Office.
Se pueden encriptar todos nuestros datos y manejar nuestros propios criterios de seguridad. En fin, es realmente algo muy útil y completo.
Todas las aplicaciones que describí ya están siendo instaladas y utilizadas, por ejemplo en Francia y Alemania, para facilitar las comunicaciones de los entes estatales y aportar herramientas confiables y seguras a las empresas, establecimientos educativos y público en general.
Arsat, acá en Argentina, tiene sus propios servidores de Jitsi y en este momento se está concentrando en ofrecer el servicio a hospitales y demás instituciones relacionadas con la salud.
Personalmente me gustaría que el Estado Nacional promueva este tipo de herramientas que permitan conectar a los organismos estatales, hospitales, escuelas, universidades, etc.
No se puede hacer de un día para otro, pero creo que hay que hacerlo. Sinceramente, no me deja muy tranquilo ver que los senadores o diputados estén utilizando Zoom o Cisco Webex.
Invertir en el desarrollo de herramientas propias es, sin duda, un acto de soberanía y, además significaría ahorros importantes para el Estado.
Contamos en el país con abundante personal capacitado para encarar esto. Sólo hace falta decisión política para encararlo.
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