Sobre las TICs, el software libre y la soberanía.
Sobre las TICs, el software libre y la soberanía.

El futuro llegó hace rato.
todo un palo, ya lo ves.
veámoslo un poco con tus ojos.
el futuro ya llegó.”

"Indio" Solari

Estaba pensando los contenidos de esta nota, cuando el Presidente Alberto Fernández emitió el DNU 690 “Argentina Digital”. Cómo todo está relacionado, no puedo dejar de comentarlo brevemente.

Este DNU repone de algún modo ciertas partes del andamiaje jurídico contemplado en la ley de medios y derogada mayormente por un decreto emitido por Macri (Decreto de Necesidad y Urgencia N° 267/2015) en sus primeros días de gobierno. Y subraya que esa decisión (la de Macri), se tomó "abandonándose la idea del acceso a estos últimos (se refiere a los servicios de comunicación audiovisual) como un derecho humano, dejándolos librados a ley de la oferta y demanda como una simple mercancía, contrariamente a lo previsto en la Constitución Nacional".

Declara como "servicios públicos esenciales y estratégicos en competencia" a los servicios de telefonía celular, televisión por cable e Internet.

Esto implica una mayor regulación estatal y la implementación de un servicio básico universal y obligatorio que dará lugar a planes inclusivos y accesibles a toda la población.

Imagínense quienes van a protestar por esto. Algunas pistas:

Cablevisión, Telecom, Fibertel, Telecentro, Movistar, Claro (y algunos más).

Los tres primeros son del grupo Clarín, de modo que hay que prepararse para que todos sus medios (que son muchos), sus políticos de la oposición, sus “periodistas estrella” y todo tipo de personajes que se mueven al compás de Magnetto, salgan con lo botines de punta (ya lo están haciendo).

Es muy probable que ya estén armando estrategias jurídicas para frenar esto y que ya hayan empezado a cruzarse llamados con los “jueces amigos”. Recordemos que el actual presidente de la corte suprema, Carlos Rosenkrantz, es Clarín.

El grupo Clarín tiene hoy una cuota de mercado del 46% de las conexiones internet fijas por banda ancha, del 38% de la TV paga y del 31% en telefonía móvil. De nuevo: casi la MITAD de todas las conexiones internet fijas, algo más de un tercio de la TV paga y algo menos de un tercio de toda la telefonía móvil.

Basta saber, entonces, quienes están en contra, para asegurar que esta medida es favor del pueblo y que hay que apoyarla de todas las maneras posibles.

Veamos algunas cosas:

La pandemia de coronavirus ha puesto de manifiesto la importancia de contar con una infraestructura de telecomunicaciones adecuada. Si bien siempre fue importante, la actual situación de “virtualidad” obligada para casi cualquier cosa, puso el acceso a Internet y a los celulares inteligentes en el centro de la escena.

No hay teletrabajo, ni educación a distancia, ni reuniones virtuales, ni compras a distancia, ni acceso a la información y al entretenimiento hogareño, sin una infraestructura adecuada. Hasta la mayor parte de nuestras relaciones interpersonales de cualquier tipo está mediatizada por alguna forma de tecnología. Y es justamente en el acceso a Internet y a la telefonía celular donde se registran, desde hace tiempo, las mayores quejas de los usuarios por servicios ineficientes.

En mercados como este, fuertemente concentrados, tener una fuerte regulación estatal es vital. Es la única manera de poner fin a las profundas desigualdades advertidas, por ejemplo, en los temas educativos, cuando vemos a los chicos de los barrios humildes sin posibilidad alguna de conectarse.

Y eso puede significar perder el vínculo con la escuela, como eje ordenador de la vida de los pibes, con las consecuencias impensables que esto puede significar para algunos. Esto mientras los docentes hacen magia para conservar aunque sea una sombra de la dinámica de enseñanza-aprendizaje, atrapados ellos también en el laberinto de servicios malos y caros.

Otro caso. Cuando a la doctora Macarena Alonso le resulta imposible hacer su trabajo porque “se cayó” la aplicación de Tribunales, no sólo es ella la que está ante un problema, sino también, tal vez más gravemente, la o las personas que buscaron su asistencia jurídica.

Pensemos que de modo invisible, detrás de todas esas cosas de nuestra vida cotidiana, multiplicadas y potenciadas en el contexto de la pandemia, están las dos o tres cabezas de CEOS de las empresas que les contaba antes. Convendría preguntarnos ¿en manos de quien estamos?

Bueno, este decreto, muda hacia el estado, varias decisiones que habitualmente se toman en los despachos de las empresas y en base a un único criterio: maximizar las ganancias. Con estas medidas en pleno funcionamiento, el interés público va a empezar a pesar en la balanza.

En fin, está visto que cada vez que quiero hablar de tecnología termino enredado en la política. Pasa que la tecnología, como herramienta, debería ser neutral, pero su neutralidad termina cuando se empieza a decidir quién, cómo y para qué la usa.

Les voy a contar un poco ahora del software libre.

En otras columnas mencioné algunos (aquí y aquí), pero ahora vamos a tratar de entender la diferencia entre el software libre y el que no lo es, al que denominamos software privativo.

El software son los programas que utilizamos para hacer cosas cuando nos conectamos al mundo digital. La planilla de cálculo con la que hacemos cuentas, el procesador de texto donde escribimos algún trabajo (esta nota por ejemplo), los juegos, las aplicaciones de teleconferencia, los navegadores de Internet, las aplicaciones de mensajería, etc., etc. y varios etc. son programas, o sea software.

Hay software para hacer casi cualquier cosa. Todo lo que usamos en los celulares o en computadoras o en dispositivos de automatización industrial es software.

Pero ¿qué son los programas? Son un conjunto ordenado de instrucciones que implementan los algoritmos necesarios para resolver un determinado problema. Y no me pregunten que es un algoritmo si no no terminamos más. Busquen con el buscador de Google por ejemplo, que también es software.

La cosa es que los programas se escriben en un determinado “lenguaje de programación”. Hay muchos de estos lenguajes. Cualquier programador puede leer el programa si conoce el lenguaje y por lo tanto interpretar lo que hace. A esta serie de instrucciones escritas en un lenguaje de programación, se la denomina “código fuente”. Este código es “entendible” por los humanos, pero, desafortunadamente, no por las máquinas. Para que la PC o el celular o el aparato que sea, entienda lo que tiene que hacer, el código fuente se “compila”. Un compilador (que también es software) traduce el código fuente a “lenguaje de máquina” que es lo que entienden ellas y que, también desafortunadamente, es incomprensible para los humanos.

Entonces, cuando comprás o te bajás un programa, lo que en general obtenés es el software ya compilado, empaquetado y listo para usar. Y, normalmente, lo usás sin tener la menor idea de como funciona o de lo que hace sin que vos sepas que lo hace, por ejemplo mandar información a alguna parte, normalmente algún otro programa que reside vaya a saber en que país, de donde estás, que estás buscando, en que horarios estás activo y varias cosas más. Después, como mínimo, te llenan de publicidad, dirigida a vos de manera específica, en base a los datos que suministraste sin saberlo.

La principal ventaja del software libre, es que el código fuente está siempre disponible, de modo que cualquiera que sepa leer el lenguaje en que está escrito puede saber lo que hace.

Esto no es para nada así en el software privativo. Nunca te dan el código fuente. Nunca sabrás como funciona ni como hace lo que hace. Es más, cuando comprás alguno de estos programas, si lees la licencia (cosa que por supuesto nadie hace), te vas a enterar que en realidad no lo compraste y que sólo adquiriste un muy limitado derecho de uso. Que no lo podés copiar ni tratar de saber como funciona, ni dárselo a otro para que lo use.

Por ejemplo: Windows y el paquete Office en todas sus versiones son software privativo. Linux en sus múltiples sabores y LibreOffice son software libre.

¿Es mejor el software libre que el privativo? No siempre. Pero siempre tendremos la libertad de mejorarlo, modificarlo y adaptarlo a nuestras necesidades.

Esta propiedad del software libre (que dicho sea de paso es libre por libertad y no siempre por gratis), de poder saber que hace y como lo hace, es importante a la hora de evaluar cuestiones de seguridad. O sea, para todo tipo de organismo estatal debería ser importante estar seguro de que no lo espían. ¿No les parece?

Toda la administración pública y los organismos que de ella dependen deberían usar software libre adaptado a sus necesidades. No porque es mejor (lo cual es cierto en muchos casos), simplemente porque es más seguro.

¿Y que tiene que ver esto con la soberanía?

Bueno, el tema es que queremos (o al menos eso supongo) desarrollar tecnología propia. No es necesario reinventar la rueda. Debemos tomar del infinito mundo del software libre lo que necesitemos y adecuarlo, mejorarlo y ponerlo en funcionamiento.

Teletrabajo, educación a distancia, colaboración en linea, mensajería instantanea y lo que se nos ocurra, sobre plataformas propias, con desarrollos propios montados sobre el software libre ya hecho.

Si el estado toma parte e impulsa esto, es muy posible que la filosofía de compartir que hay detrás influya en otras temas.

Por ejemplo, en el tema de la comunicación. Por un lado están los medios concentrados y por otro comunicadores diversos y múltiples, inorgánicos y dispersos que intentan dar la famosa “batalla cultural” con más o menos suerte en su difusión. ¿Por qué no podemos, entre todos los comunicadores alternativos que tiramos para el mismo lado, hacer un gran portal común?

¿Por qué no podemos aunar recursos y sapiencias en un proyecto común?

La verdad que no lo se, por eso pregunto.

En fin…

Pasemos a otra cosa.

El software es etéreo, intangible. Transcurre su existencia, necesariamente, en un medio físico: el hardware.

Al hardware lo podés tocar: la compu, el celu, el monitor, la impresora. Al software no.

Es un matrimonio indisoluble.

El mayor responsable de hacer las cosas que el software propone, es el microprocesador.

¿Y que soto es, en definitiva un microprocesador?

A ver: había una vez un transistor (inventado en los laboratorios Bell en 1948). Este bichito puede funcionar como amplificador, con lo que reemplazó a las válvulas de vacío en radios y televisores y también como llave de dos estados, cerrada o abierta. Esta segunda posibilidad es el origen de las técnicas digitales modernas y por ende de las tecnologías informáticas actuales.

La cosa es que a alguien se le ocurrió encapsular varios transistores y otros componentes en una única pastilla de silicio (el elemento más abundante del planeta) formando un circuito más complejo que cumpliese una función específica. Esto es un circuito integrado, vulgarmente conocido como “chip”.

La tecnología avanzó de modo que cada vez se podían poner más transistores en un chip. Pero el tema es que cuantos más transistores ponían, el circuito era cada vez más específico y por tanto útil cada vez para menos aplicaciones. Es decir, una vez puestos los transistores formando un circuito determinado en un chip, el chip sólo servía para una cosa y era muy caro hacer algo con un mercado muy limitado. Paradoja: la tecnología permitía poner en un chip cada vez más transistores pero no resultaba rentable hacerlo.

Esto siguió así hasta que a alguien de la empresa Intel (¿les suena no?) se le ocurrió hacer un circuito que pudiese cambiar su configuración de acuerdo a las instrucciones que se le diesen por algunas de sus patitas. Esto es un microprocesador: un circuito electrónico de propósitos generales capaz de hacer distintas cosas de acuerdo a las instrucciones que se le den. ¿Y quien le da las instrucciones? ¡El software, por supuesto!

Para que nos demos una idea del avance de esta idea, el primer procesador fue el Intel 4004, producido en el año 1971 y tenía 2300 transistores. Un procesador actual de la misma marca, como el Intel Core i7, tiene más de 700 millones de transistores. Bruto avance.

La existencia de los microprocesadores posibilitó la creación de computadoras personales. Las primeras fueron Apple y después siguió IBM.

A medida que las computadoras se fueron difundiendo, se hizo evidente que había que conectarlas de algún modo para que pudiesen intercambiar información entre ellas. Y así nacieron las redes de computadoras. Primero las redes locales (LAN), después las redes de área extendida (WAN).

En la década de 1960, en plena guerra fría, el departamento de defensa de los Estados Unidos, se propuso crear una gran red que uniese los distintos centros académicos y militares y que fuese descentralizada y capaz de intercambiar información por varios caminos distintos de modo que pudiese resistir a un ataque atómico. Esto se llamó ARPANET y fue la base sobre la que se creo Internet. Acá estamos: todos conectados a algo todo el tiempo gracias a las actividades bélicas reales o imaginadas por los Estados Unidos.

Sobre Internet se construyó, hacia 1990, la World Wide Web, una serie de protocolos que permiten visualizar en forma sencilla archivos de texto, videos, fotos, audios situados en otra computadora por medio de un navegador web. De acá vienen las www que encabezan las direcciones de las páginas web. La Web despegó definitivamente en toda su potencialidad a mediados de los 90 y nuestra manera de comunicarnos cambió para siempre. Desde entonces, el mundo está comunicado a una escala sin precedentes en la historia humana. La Web no es lo único que funciona sobre Internet. El correo electrónico, la transmisión de voz (VoIP) y otras aplicaciones más arcanas se transmiten por Internet.

Podemos ir sacando algunas conclusiones:

Para empezar, advertimos que prácticamente todas las palabras que definen las tecnologías informáticas son en ingles. Esto es así porque fue en Estados Unidos donde se desarrollaron de forma cuasi monopólica. Y también podemos ver, que estos desarrollos tuvieron impulso por las necesidades militares. Estados Unidos lideró el ranking de patentes tecnológicas durante décadas, seguido por Alemania y Japón. Esto ha venido cambiando recientemente a partir del abrumador crecimiento de China. Los chinos lideran ya este ranking con más del 50% de las patentes mundiales. Este crecimiento chino explica los actuales conflictos entre las dos potencias.

¿Podemos los argentinos entrar de algún modo en este juego?

Claro que sí. Hay muchos espacios donde podemos hacer desarrollos autónomos. Por supuesto sin reinventar la rueda, sino partiendo de cosas ya hechas. No tiene sentido, por ejemplo, ponerse a inventar un microprocesador desde cero, pero ya hay, también, varios proyectos de “hardware libre”. A partir de ellos se pueden hacer desarrollos propios y después fabricarlos en alguna factoría china. Posteriormente podríamos pensar en nuestra propia fábrica de chips. Para esto es necesario un fuerte impulso estatal ya que es más que dudoso que cualquier privado encare inversiones de esta naturaleza.

Existen por lo tanto, caminos alternativos que en forma progresiva nos permitirían tener un desarrollo tecnológico autónomo. La fuerte competencia entre China y Estados Unidos que veremos en los próximos años es una ventana de oportunidades. Aprovecharlas es, como siempre, una decisión política. No es nada nuevo lo que digo: estoy hablando de movernos en una “tercera posición” que hace muchos años inventó un tal Juan Domingo.

Me quedó en el tintero comentarles acerca de otra capa de abstracción: “la nube”. El otro día le explicaba a mi mujer que podíamos compartir cosas de determinada manera porque “estábamos en la misma nube”. Fue casi poético. Prometo hablar de esto más adelante. ¡No se pierdan los próximos capítulos!


Podés escuchar la columna acá:

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