En asuntos políticos hay dos errores básicos: no tener una estrategia clara y ser ingenuos.
Las leyes de la estrategia señalan dos cuestiones claras: el enemigo no debe anticipar las tácticas que vamos a utilizar y se debe marcar la agenda. Por un lado se deben llevar adelante acciones distractivas, como las del tero, que pone los huevos en un lugar y grita en otro, o actuar utilizando el factor sorpresa. Por otro lado el estratega debe definir en qué cancha se va a jugar el partido, debe ser el que patea la pelota y le da una orientación, jamás se debe seguir la pelota hacia donde la patea el contrario. El estratega debe anticipar la jugada del enemigo y generar las condiciones para neutralizarla y aprovechar para contragolpear y avanzar para donde le conviene a los intereses que defiende.
La política es un arte y se basa en la estrategia.
Aristóteles hace 2.400 años definió la Política como la forma de organizar y mantener el orden social para garantizar el fin último de la comunidad que es la felicidad de sus ciudadanos. Este concepto sigue siendo la base del pensamiento y las convicciones de los que se dedican a la política orientados por la búsqueda del bien común.
Discriminó claramente los ámbitos privado y público. Lo público es la organización social que garantiza el bienestar general y el bien común. Lo privado es lo relativo a la administración de cada familia y hogar y lo denominó oikonomía. Ambas esferas se manejan con criterios éticos y prácticos de distinto orden. Lo privado se subordina necesariamente a lo público. Las cuestiones económicas deben esar obviamente subordinadas a las cuestiones políticas.
Esta natural subordinación de la economía a la cuestión político social y cultural rigió desde que el Ser Humano se separó de la especie puramente animal y comenzó el proceso civilizatorio hace nada menos que siete millones de años. Fue recién en el Siglo XVIII que la economía subordinó y puso a su disposición a la política, a partir de que se consolidó en Inglaterra el sistema capitalista basado en una concepción liberal individualista que privilegia el bien personal por sobre el bien común.
Es en nuestro sistema capitalista en que aparecen los que usan la política como un recurso para satisfacer intereses personales o sectoriales en detrimento de los intereses de las mayorías. Esos no hacen política, simplemente utilizan las herramientas electorales y de gobierno sustrayéndolas del ámbito público y contrabandeándolas al ámbito privado.
La estrategia es el arte de dirigir las operaciones dentro de un plan establecido. Está orientada a alcanzar un objetivo siguiendo pautas de acción, que son las tácticas que se aplican en cada momento del proceso. Implica un diagnóstico previo, la definición de un objetivo estratégico y la planificación de las acciones a seguir para lograrlo.
Y aquí entra una ley básica de la planificación: el que no planifica… es planificado. De aquí podemos derivar que el que no tiene un objetivo y una estrategia para lograrlo… queda a merced del que sí los tiene.
El necesario diagnóstico que debe orientar la planificación tiene como uno de sus componentes principales la definición del enemigo principal. Y de los enemigos secundarios con los que tenemos que aliarnos para enfrentar al principal. Hay que tener muy en cuenta que esos aliados transitorios, al momento de vencer las resistencias del enemigo principal, se van a dar vuelta y nos van a enfrentar.
Esto define a la política como un arte que requiere inteligencia estratégica y táctica, compromiso absoluto con los intereses del conjunto social, coraje para la acción y una permanente convicción en los principios permanentes. También requiere en forma insoslayable la experiencia y el contacto profundo con la realidad social. Esto quiere decir: ser un hombre práctico.
La Política como el arte de conducir los movimientos sociales con el objetivo central de la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación, es una práctica que se hace más compleja cuando se enfrentan poderes sin escrúpulos, cuyo único principio es el beneficio propio a costa del hambre y la marginación de las mayorías populares.
Sujetos dañinos y peligrosos que no reconocen límites a la hora de enfrentar a su enemigo principal que es el pueblo y quienes lo representan. Sujetos con enorme poder económico, mediático y judicial que no dudan en utilizar los medios más repugnantes y violentos en defensa de sus intereses. Que operan con una estrategia sólida, articulados en forma corporativa y con tácticas mafiosas.
En nuestro país esos poderes le han declarado la guerra al gobierno nacional desde Agosto del 2019 cuando con los resultados de las elecciones primarias supieron que perdían las elecciones generales. Una guerra despiadada y sin cuartel en todos los frentes: económico, político, judicial y mediático. Este último reconociendo públicamente que operan como “periodismo de guerra” acompañando el permanente sabotaje a la economía nacional, la salud pública y la actividad legislativa y judicial entre otras cuestiones. Han demostrado inequívocamente que están decididos a todo y que jamás van a negociar de buena fe.
El gran tema son las tácticas y herramientas que un gobierno popular está habilitado a utilizar para neutralizar las acciones del enemigo que causan daños en muchos casos irreparables al bienestar general. ¿Qué se debe considerar lícito para defender los derechos básicos de la población que ese enemigo intenta destruir? ¿Cuáles son los límites a las acciones del gobierno cuando está en juego hasta la posibilidad de alimentarse de millones de ciudadanos cada vez más marginados, con sus derechos conculcados, con más del 50% de nuestros niños en un estado de pobreza e indigencia lamentable que bajo las actuales condiciones no tiene solución en el mediano plazo?
Y acá entran en juego tanto los límites de la ética como el riesgo de la ingenuidad al plantear una estrategia y tácticas conducentes a la defensa eficaz contra enemigos de tan extrema peligrosidad. Ante esta situación lo menos aconsejable es mantenerse atado a lo “políticamente correcto” y al purismo ético.
Una posición tradicional frente a este tema es que nosotros no podemos parecernos a ellos. Que no podemos comernos a los caníbales. Suena muy bonito y en parte es cierto. Pero lo que está claro es que las tácticas a utilizar no pueden ser evaluadas desde las exigencias de la moral y la ética personal. Lo que está en juego no es la supervivencia del gobierno de turno sino de los derechos básicos, la vida digna y hasta la supervivencia de buena parte de la población.
No están en juego los límites éticos de una persona o grupo de personas. Los límites siempre existen por supuesto, pero son de otro tipo cuando se trata de enfrentar una guerra declarada por tan impiadosos enemigos del pueblo.
Aquí se trata de una ética de orden público, de una ética que debe ajustarse al objetivo concreto de salvaguardar el interés público. Una ética al servicio de la política real, no de la ideal. La filosofía idealista no es una buena consejera. Un grande de la filosofía política como Kung Fu Tzu, conocido en occidente como Confucio escribió hace 2.500 años una hermosa y célebre frase que dice “Si ves a un hambriento no le des arroz, enséñale a cultivarlo”. En la vida real uno de nuestros compatriotas hambrientos lo mandaría legítimamente a la merde.
Quizá por eso la política no es una práctica adecuada para idealistas o “buenas personas”, sino para personas capaces de hacer lo que hay que hacer. En política no alcanzan las buenas intenciones. No sirven las excusas que intentan explicar porqué no se pueden cumplir las promesas. No caben las dudas y las dilaciones propias de la moral y la ética individual. Como dicen los gauchos, “no es pa todos la bota e’ potro”.
Gran parte de la estrategia es justamente definir las tácticas eficaces para lograr los objetivos, considerando y teniendo muy en cuenta el perfil del enemigo, los objetivos que persigue y la peligrosidad social de las tácticas que aplica.
La estrategia de la oligarquía y sus cómplices siempre ha sido atar de pies y manos a los gobiernos populares con un enjambre de reglas mientras que sostienen a rajatabla la desregulación de las actividades privadas. Siempre han utilizado la acusación de la corrupción y las malas prácticas de los gobiernos populares, que son exactamente las acciones que ellos aplican a voluntad. Jamás han cumplido con la ley, ni con las reglas y reglamentos, ni con ningún precepto moral. Extorsionar, mentir, ensuciar al otro y embarrar la cancha son sus conductas tradicionales. Tan tradicionales como robarse los recursos del conjunto.
Por esa razón, aunque no nos guste, aunque no verifique con la ética y la moral personal de cada uno y no sea políticamente correcto, las decisiones deben tomarse teniendo en cuenta los intereses sociales amenazados y la peligrosidad del enemigo.
El peor error para definir una estrategia y tácticas en defensa de los intereses populares que están en grave riesgo, es guiarse con los límites morales y éticos que orientan nuestras decisiones en el ámbito personal y privado. El ejercicio del poder público en defensa de los intereses del conjunto social demanda estrategias y tácticas adecuadas al realismo político.
La ingenuidad de la población y sus representantes garantiza el éxito del enemigo. Los ingenuos son previsibles y vulnerables para las operaciones de las mafias organizadas.
Los ciudadanos debemos perder la ingenuidad al evaluar las decisiones y los errores de los políticos que realmente nos representan. No podemos caer en la ingenuidad de la doble vara cuando directa o indirectamente aceptamos casi como normal la impunidad de las prácticas corruptas y mafiosas de la oposición y nos rasgamos las vestiduras cuando nuestros representantes toman medidas que desde nuestra moral y ética personal serían objetables.
Los políticos que realmente representan los intereses de las mayorías son personas de carne y hueso, se enamoran, hacen el amor, van al baño, hacen pipi y popó, se angustian, sufren estrés, tienen miedo y tienen sus miserias como cada uno de nosotros. No son de bronce ni de mármol. Toman muchas más decisiones que nosotros, de una enorme complejidad y en situaciones de una presión extrema. Se exponen al odio y la persecución tanto a ellos como a sus familias. Corren todos los riesgos. Están permanentemente en la mira del enemigo. Son los que van al frente y se juegan por nosotros. Toman cientos de decisiones y hacen. Y como dice la cultura popular el que lava los platos siempre puede romper alguno.
Y nosotros debemos protegerlos del enemigo. Tenemos que tomar conciencia de que están en la línea de fuego. Y jamás entregarlos a la justicia o al ajusticiamiento de los mafiosos que están del otro lado de la grieta. Si creemos que tenemos algo que reprocharles, debe ser en privado y entre nosotros. En tal caso para eso están las elecciones donde podemos decidir si los votamos o no. Porque siempre asumen en forma democrática.
Los que están del otro lado mienten sistemáticamente, dan golpes de estado sangrientos, secuestran, torturan, asesinan, bombardean, fusilan, roban, y siempre salen impunes. No se privan de las peores
atrocidades. El poder económico es de ellos, los medios masivos son de ellos, el poder judicial es de ellos, las mafias policiales y de los servicios trabajan para ellos.
Nuestros representantes políticos y sus funcionarios sólo nos tienen a nosotros. Y los tenemos que defender de todo eso.
Si no perdemos la ingenuidad, pasamos de buenos a buenudos. Nos convertimos en zonzos a los que robarles la dignidad es más fácil que arrebatarle un chupetín a un pibe. Tenemos que despertar del sueño de la vida rosa y asumir que estamos en una guerra contra un enemigo dispuesto a todo. Y que vamos a perderla si no revisamos nuestra conducta de jueces escrupulosos que están pendientes de los errores de nuestros políticos. Y que asumimos como normales la falta de escrúpulos del enemigo.
El General don José de San Martín fue terminante cuando nos dijo:
“Cuando la Patria está en peligro todo está permitido, excepto no defenderla”
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