LAS ELECCIONES EN LO QUE FUE LA PRIMERA POTENCIA DEL MUNDO
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Teniendo en cuenta que la hegemonía del poder en el mundo la ha tenido Occidente a partir de la consolidación de los Estados Nación en el siglo XVIII, vamos primero a conceptualizar la idea del Poder que impera en esta región del planeta.

Todos los autores que han trabajado el tema coinciden en que el poder se vincula a la capacidad de dominación sobre los demás. El que tiene el poder ejerce el dominio y lo tiene y le es reconocido y legitimado justamente por su capacidad para dominar al resto.

Para entender la particularidad occidental de ese concepto es necesario compararlo con otras concepciones, como por ejemplo la de los pueblos originarios. Ellos lo entienden como un resultado de la autoridad que el grupo le reconoce y concede al Jefe en base al respeto que merece por sus cualidades personales. Para el Jefe significa una enorme responsabilidad. Esa concepción de la autoridad se basa en los valores y principios que marcan las tradiciones compartidas por el grupo. El poder como dominación sólo aplica para las relaciones con otros grupos a los que se intenta subordinar o ante los que es necesario enfrentar.

En Occidente la capacidad de dominación aplica tanto en la interna de los países como en sus relaciones con otros. Dentro del sistema capitalista el dominio en la interna lo detentan los estratos sociales minoritarios que en base a su poder económico subordinan el poder político. En las relaciones internacionales se le agrega el poder militar que es capaz de producir su industria para dominar otros países.

El poder mundial lo hegemonizó Europa, y dentro de Europa pasó de España a Inglaterra y de ésta a EEUU a partir del final de la Segunda Guerra en 1945. Desde ese año hasta 1990 la URSS trató de eludir ese dominio, se expandió territorialmente y compitió con EEUU en la denominada guerra fría, que perdió frente al mayor poder económico, político y mediático estadounidense. En ese período el equilibrio dio lugar a lo que se denominó una organización internacional bipolar, es decir con dos polos dentro de Europa, el Oriental y el Occidental.

Pero al demostrar su mayor poder EEUU y desintegrarse la URSS, el poder en el mundo se convirtió en unipolar, con el dominio pleno y total de los estadounidenses.

Ese poder omnímodo y absoluto generó entre otras cosas el despliegue del ultracapitalismo, que se denominó neoliberalismo y la consiguiente globalización de un capitalismo brutal, que en 30 años provocó una acelerada concentración de la riqueza, la exclusión de las mayorías, la desigualdad, pobreza e indigencia extremas que afectan hoy a la mayoría de las poblaciones del mundo occidental.

Este resultado calamitoso se verificó inclusive al interior del país más poderoso del planeta. De los 300 millones de habitantes que había en EEUU en 2017, el 13%, es decir 41 millones eran

pobres. Entre los niños la pobreza era del 11% en los blancos, el 26% en los latinos y el 32% en los negros. Y esto a pesar de los enormes subsidios que el Estado dispone tradicionalmente para atenuar los efectos del sistema que genera la concentración de la riqueza en manos del 1% de la población, que es la que lucra con el sistema y maneja ese Estado. Algunas medidas son la distribución de cupones de alimentos y los seguros de desempleo. El monto de esos subsidios es obsceno, en el 2017 fue de 857 mil millones de dólares, más que el monto del PBI sumado de Argentina y Chile.

El sistema neoliberal lo llevó a ser el país más endeudado del mundo, con un equivalente al 107% de su PBI. Y es el más endeudado tanto como país como en sus empresas, sus familias y en su deuda per cápita. Su déficit fiscal es uno de los más altos del mundo, equivalía al 5.7% del PBI en 2017.

La desigualdad en ingresos y riqueza y en la mortalidad infantil es de las mayores entre los países desarrollados. Y todo esto antes de la pandemia.

No son datos cubanos, chinos ni rusos, son datos publicados por la BBC, la British Broadcasting Corporation, que es la emisora pública británica y agencia de noticias más antigua y prestigiosa del mundo, creada en 1922.

Dos países que han organizado sistemas productivos, económicos, sociales y culturales distintos a los de Europa y EEUU han quedado fuera del desastre socioeconómico previo a la pandemia del COVID 19. Son China y Rusia. China es desde el 2012 el mayor exportador del mundo, superando ese año a EEUU y Alemania, hasta ese momento primer y segundo exportador. En el 2019 exportó el 52% más que EEUU y llegó al 80% del monto de exportaciones sumadas de EEUU y Alemania. Es un dato muy evidente que China es hace años la locomotora del mundo. Y no es de despreciar el dato de que es nuestro primer socio comercial.

Estos datos tampoco son chinos ni rusos, son estadísticas del World Factbook de la Agencia Central de Inteligencia de EEUU (CIA), el FMI y el Ranking Royals.

Con este contexto geopolítico podemos caracterizar nuestra perspectiva acerca de las elecciones en lo que fue la primera potencia del mundo.

El desastre que provocó el neoliberalismo en EEUU incluyó como en todo el mundo globalizado la predominancia de los negocios financieros por sobre los industriales, la libre circulación internacional de los capitales, y como consecuencia las principales empresas productivas que generaban puestos de trabajo directos e indirectos, entre ellas las poderosas automotrices, deslocalizaron sus plantas de producción, es decir, las llevaron a los países asiáticos que les garantizaban mano de obra mucho más barata. Obviamente esto produjo la quiebra de las pymes que les proveían insumos y la aceleración de la falta de trabajo de grandes masas obreras y administrativas, con el consiguiente aumento de la pobreza.

Aparece entonces Donald Trump, un rico empresario de negocios de bienes raíces y construcción, enfrentado con los empresarios de los negocios financieros, con un discurso nacionalista y productivista basado en volver a radicar las industrias en el país, generar fuentes de trabajo, ampliar el mercado local, fomentar el “compre estadounidense” y volver a establecer a EEUU como el país más potente del mundo, ganó las internas del Partido Republicano (en el que nunca había militado pero se acercaba más a su perfil derechista). Ganó con ese discurso en noviembre del 2016 las elecciones generales con Mike Pence como candidato a vice, derrotando a la fórmula demócrata Hillary Clinton/ Tim Kaine y asumió como presidente en Enero del 2017.

Sus actitudes y conductas caprichosas y agresivas tanto en la política interna como la internacional, su misoginia, su actitud anti inmigrantes, su negacionismo en relación al cambio climático le generaron mucho repudio en los tradicionales votantes demócratas y hasta en algunos republicanos. Se alejó manifiestamente de los códigos tradicionales de la política estadounidense.

El discurso nacionalista agresivo y violento provocó la exacerbación de las tendencias racistas y la violencia policial, y una también violenta polarización del electorado, que incluyó por primera vez en la historia estadounidense las protestas y manifestaciones masivas, la destrucción de patrulleros, la quema de estaciones de policía y otras expresiones de violencia popular nunca registradas en el país.

Pero la cuestión es que durante su mandato la economía mejoró sensiblemente y antes de la pandemia tenía asegurada la reelección. Pero su desastrosa decisión de negar la pandemia del Covid 19, que había generado a la fecha de las elecciones más de 230.000 muertos provocó que la perdiera.

El perfil de niño caprichoso, su ignorancia sobre la historia, su nula experiencia política, su casi nula formación educativa, su soberbia, su desprecio por la cultura y otros componentes de su personalidad lo asemejan no casualmente a otros personajes de la política contemporánea como Mauricio Macri y Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera, Juan Guaidó y Jeanine Añez, cosa que desde una perspectiva sociológica marca claramente que no se trata de casos aislados, sino de un sistema neoliberal en plena decadencia.

El hecho de que personajes nefastos como Mauricio Macri, Donald Trump y Jair Bolsonaro hayan llegado al gobierno en elecciones democráticas marca el punto más alto al que ha llegado la pandemia neoliberal. Pero el hecho de que Mauricio Macri y Donald Trump no hayan podido lograr la reelección por decisión de los pueblos que los habían elegido cuatro años atrás, significa que marcaron el pico de esa pandemia, y que ésta comienza a perder fuerza.

Otros indicadores del retroceso de la pandemia neoliberal son los casos de Chile y Bolivia. En Chile, a pesar de la persistente y brutal represión de los carabineros a la población que masiva y pacíficamente se manifestó durante meses en contra del gobierno neoliberal de Sebastián Piñera, que incluyó violaciones, asesinatos y cuatrocientas personas ciegas por efectos de las

perdigonadas dirigidas a los ojos de los manifestantes, la población movilizada logró forzar un plebiscito para la reforma de la Constitución pinochetista y en él se aprobó esa reforma con el 80% de votos positivos. En Bolivia después de un golpe militar sangriento y una feroz persecución sobre los partidarios de la coalición encarada por Evo Morales, la población movilizada logró forzar la realización de elecciones y la coalición que lidera Evo volvió al gobierno.

Volviendo a EEUU, la fórmula republicana Donald Trump/Mike Pence fue derrotada en Noviembre 2020 por la fórmula demócrata de Joe Biden/Kamala Harris, de un perfil más asociado a los negocios financieros y los servicios.

El nuevo gobierno se encuentra con un panorama nada propicio. Gran parte de la población movilizada, protestas por la violencia policial contra los afroamericanos, por la política antiinmigratoria y por el perfil misógino de la administración anterior, una polarización extrema y violenta, índices de desocupación y de pobreza muy altos, enorme endeudamiento del Estado, de las empresas y familias, caída espectacular del PBI y 240.000 muertos a la fecha por una pandemia descontrolada.

Y se trata de un gobierno débil para enfrentar semejante desafío.

Joe Biden asume a los 77 años. Anticipó que no se presentará a un segundo mandato.

Gran parte de su coalición está integrada por la comunidad afroamericana, las mujeres jóvenes, blancas y con estudios, hispanos, asiáticos y demócratas, que en buena parte votaron más contra Trump que a favor de Biden.

La fractura social es importante inclusive analizada por género y edad. Entre los hombres los votos se repartieron por mitades, pero las mujeres votaron más por Biden (42%) que por Trump (58%), hasta tal punto que por el voto masculino Trump ganaba ampliamente en el colegio electoral y por el voto femenino ganaba ampliamente Biden. Entre los jóvenes ganó Biden por el 61% y Trump por el 39% restante.

Biden fue votado por 76.6 millones de personas equivalente al 50.8%, y se convirtió en el candidato más votado en la historia de los EEUU. Pero Trump fue votado por 71.4 millones, equivalentes al 47.5% y es el segundo candidato más votado de la historia, con un voto más definido que el de Biden. La diferencia es de sólo 3.3%. Y como mencionamos anteriormente Trump ganaba ampliamente las elecciones antes de la emergencia de la pandemia.

En la Corte Suprema y las cámaras del Congreso tienen mayoría los Republicanos.

Por otro lado en este proceso los dos partidos quedaron desdibujados. El Republicano desplazado a la derecha más dura, y el demócrata tratando de ocupar el centro y con parte de sus bases tradicionales incómodas. Inclusive muchos resaltando el pasado de la vicepresidenta Kamala Harris, que como Fiscal General de California entre 2011 y 2017 demostró su apoyo a

las conductas violentas de la policía, a punto tal que en las primarias demócratas se exhibían pancartas con la leyenda “Kamala es la Policía”.

Otro dato no menor es el perfil personal de Kamala Harris tanto frente a la eventualidad de que el presidente sufra algún problema y deba asumir la presidencia en este período o que pueda presentarse a la reelección en el 2024. Kamala Harris además de ser mujer, es de piel oscura por su ascendencia asiática ya que es hija de inmigrantes: madre de India y padre de Jamaica. Un perfil difícil para sostener la gobernabilidad frente a una oposición misógina, racista, ultranacionalista y anti inmigratoria.

Frente la debilidad del futuro gobierno demócrata y los graves problemas que deberá enfrentar, lo que se espera de los republicanos es una oposición muy poco conciliadora, influenciados por un Trump envalentonado por la enorme cantidad de votos que obtuvo, frustrado por el resultado (que desconoce y tilda de fraudulento) y por consiguiente más violento.

En la política externa frente a Sudamérica sólo se pueden esperar cambios en las formas, porque los demócratas suelen ser más sutiles. Tanto Joe Biden como Kamala Harris siempre apoyaron las políticas poco amigables con los países díscolos de su “patio trasero”.

Joe era senador al momento del intento de recuperación de las Islas Malvinas por parte de la última dictadura cívico militar. Apoyó públicamente a Inglaterra en ese conflicto, y fue el primer estadounidense en desconocer el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca por el que todos los países de América estaban obligados a asistirse en caso de un conflicto con una potencia extraregional.

Kamala Harris tiene una fuerte relación con Hillary Clinton, a punto tal que la hermana de Kamala fue jefa de asesores de Hillary en las primarias demócratas. Hillary festejó públicamente con champagne el asesinato de Muhamar Gadaffi y es la autora intelectual de la técnica del Lawfare. Apoyaron todos los golpes duros y blandos en Latinoamérica y los intentos permanentes para derrocar el gobierno de Venezuela.

Necesitan imperiosamente conservar el dominio absoluto en el patio trasero y mantener el saqueo sistemático de sus recursos naturales en beneficio propio, el abastecimiento de materias primas, la compra de sus productos industriales y la hegemonía total de sus corporaciones en la región. Mucho más cuando están enfrentados con China por la supremacía industrial y económica global y esta última está operando fuertemente en Latinoamérica, a punto tal que China es hoy el principal socio comercial de Argentina.

Por lo tanto es ingenuo pensar que el futuro gobierno demócrata pueda variar su política respecto de la región y específicamente respecto de Argentina.

Hoy más que nunca debemos reforzar las alianzas entre los gobiernos de los países que han logrado recuperar la democracia real como es el caso de Bolivia y la unión y solidaridad con los

pueblos hermanos como los de Chile, Ecuador y Perú que están luchando activamente en las calles para recuperarla. Y obviamente con los pueblos y los gobiernos de las hermanas Cuba y Venezuela que son ejemplo de la resistencia frente al imperio estadounidense.

 

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